miércoles, 10 de noviembre de 2010

Sin respuestas...


El teléfono la despertó a una hora prohibitiva, las nueve de la mañana. Seguro que se trataba de una equivocación porque ninguno de sus conocidos osaría despertar a Marta Zaldivar a esa hora.
-¿Quién es?- preguntó desganada, sin molestarse en abrir la lamparilla.
-Te espero en la esquina de tu calle. ¡Ahora, Marta! Y no tardes.
La respetable señora Zaldivar terminó por incorporarse. No se trataba de una equivocación… Reconocía esa voz, firme e imponente.
La urgencia de Lucas la preocupó, y se asomó al balcón en busca de su Mercedes plateado, el cual, efectivamente, la estaba aguardando.
Se vistió tan rápido como pudo y salió a enfrentarse a la gélida noche de Laholm.
A Lucas le faltó tiempo para pisar el acelerador en cuanto ella estuvo dentro.
-¿Se puede saber qué te pasa?
No hubo contestación.
Marta tenía carácter, pero su compañero tenía aún más…De hecho, a veces sentía que ejercía un inexplicable control sobre su persona, cosa que no soportaba.
A pesar de llevar tres años juntos, no por gusto propio, en un trabajo de investigación, las palabras no habían surgido entre ellos.
-Me despiertas a estas horas y de esta manera, ¿y ni siquiera vas a darme un motivo?- estalló Marta.
Su amigo aferraba el volante con todas sus fuerzas. Estaba temblando. La mirada fija en ninguna parte.
-¿Lucas?- musitó. Lo cierto era que nunca lo había visto así.
Sus ojos verdes, rasgados, se desviaron un momento de la carretera. Sonrió misterioso ladeando la cuadrada mandíbula. El miedo llameaba en sus facciones.
-La excavación. Han encontrado algo que… En fin, no tiene explicación.
-Lucas, por favor, eres científico. ¿A qué viene eso?
-Primero tienes que verlo. Después opinas lo que quieras.
Estaba irreconocible…Es decir, siempre era así con ella, pero… un extraño impulso le hizo apoyar la mano en su rodilla en un intento conciliador.
Su suspiro removió los rizos castaños que le medio cubrían la frente.
Lucas cogió su mano, agradecido, y el agradable calor la hizo estremecer.
-Tengo fe en que tú sepas de qué se trata… porque, si no, creo que me voy a volver loco.
Tras varios minutos de incómodo silencio, Lucas aparcó el coche y condujo a Marta hasta el ascensor.
El objetivo del gobierno era superar los quince kilómetros de hondura, pero el equipo había tardado tres largos años en llegar a los catorce, y no sin dificultad. Sin embargo, la excavación era la más importante que se había llevado a cabo en el siglo XXI.
-¿Por qué hay tanto revuelo por aquí? – Los trabajadores corrían de un lado para otro, y algunos, aturdidos y confusos, parecían haber perdido la razón.
Lucas agarró su mano de nuevo, y la ayudó a bajar por un terraplén resbaladizo.
La oscuridad y el frío se cernían sobre ellos y las dos linternas apenas tenían potencia para guiarles el paso, pero fueron suficientes para dibujar la silueta de otros tres científicos con bata blanca y un ingeniero, que se arremolinaban alrededor de un equipo de audio.
Lucas mostró a Marta el motivo de aquella situación.
La excavación había tocado fondo. Un agujero negro, de aproximadamente metro y medio, impedía ver lo que había más allá…
-Hemos introducido a un voluntario esta madrugada…
-¿Y?- preguntó Marta. Los sentimientos que emanaban de aquel pozo sin fondo eran sobrenaturales. Ella nunca había conocido el significado de la palabra temor, pero ahora lo estaba viviendo tan intensamente que tuvo que reprimir las ganas de salir corriendo.
-No ha vuelto a subir.- A Lucas se le quebró la voz.
Las otras cuatro personas no se atrevían a alzar la vista.
-Ten esto.- le ofreció uno de los que vestía bata blanca. Se le había olvidado su nombre.
Marta se acercó el micrófono a la oreja, insegura.
Consiguió oír unos chirridos estridentes pero, al escuchar con más atención, descubrió que no eran chirridos, eran lamentos.
Soltó el micrófono y retrocedió unos pasos hacia atrás, hasta que tropezó y cayó de bruces al suelo. Sus piernas no le respondían.
Lucas se acercó, pero Marta rehusó del  contacto. Lo único que quería era salir de allí.
-Ahora puedes opinar.- Esbozó una sonrisa torcida, melancólico.
Todo en lo que creía se iba desvaneciendo, y tuvo que fijar la vista en Lucas para no perecer. La vida tendría sentido siempre y cuando él estuviera a su lado…
Se lanzó a sus brazos, y éste le acarició los lacios cabellos dorados.
-Hemos pensado que podría tratarse del movimiento de las placas tectónicas, pero… Esto es algo más. Ya lo has oído.
-Nunca he creído en Dios, ni en el Diablo… ¿Me estás queriendo decir que hemos abierto las puertas del infierno, que hemos descubierto el Inframundo?
-No sé…- dijo mientras aspiraba el perfume de Marta. Ahora parecía tan frágil como una hoja otoñal. Sus enormes ojos negros brillaban en la oscuridad. Era la primera vez que la veía llorar- Nosotros, los humanos, creemos que lo sabemos todo…Supongo que esto demuestra cuán equivocados estamos.
-Estoy asustada.- susurró ella contra su hombro.
-Yo también, Marta. Yo también…
-Lucas…
-¿Sí?
-Te quiero.
Tomó su pálido rostro y, en medio del dolor, del desconcierto, dos almas se fundieron en un beso.
Y es que en la más férrea de las tinieblas, siempre se puede hallar algo de luz.
Marina Jiménez Saldaña, 4º E.S.O. A

No hay comentarios:

Publicar un comentario