miércoles, 27 de octubre de 2010

Un perro



Se dice que hace tiempo en un pueblo muy lejano había una casa abandonada. Cierto día un perro, buscando refugio de la nieve, logró introducirse por el agujero de una de las puertas de esa casa. El animal subió lentamente las escaleras. Al entrar se encontró con una puerta entornada y lentamente entró en la habitación. Para su sorpresa, se dio cuenta de que había mil perros más observándolo fijamente.
Él empezó a mover la cola, a levantar sus orejas poco a poco y a revolcarse por el suelo. Los mil perros hicieron lo mismo. Posteriormente les ladró alegremente y quedó sorprendido al comprobar que los mil perros también le ladraban alegremente. Al salir pensó: “¡Qué lugar tan agradable. Voy a venir a menudo a visitarlo!”.
Tiempo después, un perro callejero entró en el mismo lugar, pero, a diferencia del primero, al ver a los mil perros se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva. Entonces comenzó a gruñir y observó cómo los perros le gruñían a él. Cuando se fue de la habitación pensó: “¡Qué lugar tan horrible, nunca volveré a entrar aquí!”
Enfrente había un letrero que decía: “La casa de los mil espejos”
Todos los rostros del mundo son espejos. Decide cuál quieres tener y ese será el que mostrarás. El reflejo de tus acciones es el que proyectas a los demás. Las cosas más bellas del mundo no se ven ni se tocan, solo se sienten con el corazón.
Alberto Martínez Díaz, 1º Bachillerato (Ciencias Naturales)

Último día en la Tierra


Hoy por la mañana capturaron a Mike, y he perdido al resto. Hace dos días que no hay rastro de aguas terrenales. Tampoco hay rastro de animales. Solo han sobrevivido algunas plantas (y esos jodidos peces gordos). Estoy desnudo dentro de una cueva de rocas semiderretidas. La temperatura aquí dentro es de 60º. Fuera es de 82º. El agua se ha acabado. Aquí dentro hay algunos matojos. Podría alimentarme de ellos. Me es casi imposible moverme y cada vez es más difícil respirar. Creo que voy a morir... Estoy seguro de que voy a morir. La sequía comienza a ser total, y la poca agua que queda es rápidamente capturada. Siempre me he preguntado cuál sería mi muerte. Cuándo y cómo moriría. Sabía que algo parecido a esto ocurriría, pero no creía que fuera a presenciarlo.
Año 2080: El verdadero apocalipsis.
No ha venido Dios a salvar las almas de los bondadosos, ni a condenar a los malvados... Solo hay cuarenta malvadas calaveras.
Todo comenzó... Bueno, en realidad, todo comenzó al principio de los tiempos, cuando nació el ser humano y desolló la vida. Desde ese momento, hemos condenado al planeta Tierra a su pulverización. En el año 2065 la vida era el reino de la agonía. Aquella gran era de el siglo XXI fue la era de la matanza. Por supuesto hablamos de modernidad, tecnología y de más asesinos... El caso es que, no se encontraron recursos ilimitados tan eficaces como el petroleó y no se encontró ningún buen remedio a la contaminación, al menos ninguno que pudiera enfrentarse a la situación dada. La emisión de gases contaminantes y el gasto de electricidad crecieron un 60%. Se nos advertía de la situación... Pero ya era demasiado tarde... El más pequeño de los pueblos se convirtió en una Nueva York y las ciudades como Nueva York se multiplicaron por 20. En el año 2074 se empezó a agotar el petróleo, lo que produjo que se iniciara la V guerra mundial. En el año 2078 comenzó el cambio climático más brutal de la historia. Yo vivía en una ciudad fría. Estamos en invierno, y antes la temperatura media era de 8º... Ahora estamos a 82º. Al empezar esta situación, cuarenta de las personas más importantes del mundo iniciaron el proyecto que se ideó en 2008, cuando se dieron cuenta de que iba a ocurrir algo similar. Mandaron a los ejércitos acabar con las civilizaciones, y se refugiaron en un lugar seguro bajo tierra. Cuando todo estaba literalmente liquidado, liberaron treinta ejércitos de robots que comenzaron a diseñar en 2010. Estos robots matan y les traen a los seres vivos que encuentran. Los utilizan como fuente de líquidos y alimento. Piensan aprovecharse hasta del último recurso de la tierra antes de marcharse en un cohete confeccionado y guardado también bajo tierra desde 2009, reservado para cuando esto ocurriera. Se marcharán a la Luna y, crearán una nueva sociedad que, seguramente vuelva a pulverizarse.
Y ahora yo aquí estoy. Muerto. Dentro de una cueva fundida. Condenado. Como toda la tierra... Y sin un cielo al que acudir... ¿Adiós mundo cruel?
No... El mundo no tiene la culpa...
María Montero Curiel, 2º E.S.O. A

Naranjeando (leyenda)


Os voy a contar la leyenda del llamado Caballero de las Naranjas y de cómo surgieron los trescientos sesenta y cinco días del año.
Era allá por el tiempo en que se creía que existían las brujas y en que los dragones escupían fuego; eran tiempos en los que la cultura era totalmente desconocida y se creía que la tierra era plana.
En aquella época vivía Don Raimundo, un noble de los que llevaban capa, sombrero y espada. Vivía con su mujer, Londresa, y sus dos hijos, Lucas y Taromo.
Eran los gobernantes de una pequeña localidad llamada Lureste. Se trataba de un pueblo amurallado, con no más de tres mil habitantes, todos campesinos excepto una parte de la población, que eran soldados al servicio de Raimundo.
En aquellos tiempos había un rey, llamado Resticius, que se quería hacer con todo el territorio, y solo le faltaba por conquistar el pequeño pueblecito de Lureste, y es que éste se encontraba en la región de las naranjas y hacía frontera con la región de Laristo.
Raimundo sabía que Resticius lo tenía que atacar tarde o temprano, así que les advirtió a los vecinos que estuvieran preparados. Estos, con gran valentía, se ofrecieron a luchar por su pueblo. Esperaron durante días a que llegara el ejército del rey Resticius. Cuando llegaron, al ver que los triplicaban en número, a Raimundo se le ocurrió una idea: hizo prometer al rey que si le conseguía llevar la naranja de la ilusión dejaría a su pueblo tranquilo.
Así que Raimundo, con dos hombres más, se puso en marcha sin más remedio.
Tuvieron que atravesar acantilados inmensos, cuevas con seres jamás conocidos y por último escalar una grandísima montaña. Una vez cogida la naranja, volvieron de camino a casa. Pero por algo conocían a Raimundo sus habitantes como Raimundo el listo, no iba a dejar que aquel miserable rey cogiera esa naranja que tras comérsela lo convertiría en inmortal. Así que la troceó en trescientos sesenta y cinco trozos y se la llevó al rey.
Cuando Resticius vio aquella maravillosa naranja troceada en trescientos sesenta y cinco pedazos, le suplicó de rodillas que le diera todos esos trozos. Raimundo le dijo que le daría un trozo al día siempre que él dejara a su pueblo en paz.
Los trescientos sesenta y cinco días del año fueron los días que el pueblo de Raimundo pasó sin ser atacado. Y lo del Caballero de las Naranjas, no hace falta explicarlo.
Manuel Antonio Horcas Cerezo, 4º E.S.O. A

El sueño trágico de Kim



Ya llegó de nuevo, una larga y pesada semana, empezando por el lunes, día en el que, como siempre, debería asistir a una reunión.
-Sí, sí, con una llamada se soluciona todo.- Respondía Kim, al problema de su empresa.
Kim era una empresaria muy importante para los suyos. Trabajaba, excepto domingos, dieciséis horas al día, con solo unas vacaciones de unos quince días, y con un sueldo un poco ajustado, más de lo normal, para mantener a un hijo de tan solo cinco años. Mujer de cuarenta años, era viuda, o al menos eso se creía, ya que su marido había desaparecido hacía ya tres años, aunque todavía continuaban las esperanzas de que un día apareciera.
Una mañana inesperada recibieron una carta, la primera carta de verdad en cinco meses. Era una carta diferente a las demás. La última que recibió fue para confirmar el fallecimiento de la abuela del chiquillo, madre de Kim.
-Mamá, la carta dice: “Si quieres ver a tu marido, ven a la calle Alondra 22. Anónimo.”
La madre, como loca, no sabía si desconfiar de aquello, ya que la desaparición de su marido había ocurrido hacía tres años, o si creerlo porque todavía quedaba una pequeña posibilidad de encontrarlo con vida. Ambas ideas le sembraron la duda. Lo único que pensó después de plantearse esas cuestiones, fue que si quedaba todavía esa pequeña posibilidad de encontrar a su marido, ella lo intentaría.
Identificó muy rápidamente esa dirección. Era una calle muy bonita, en la que se conocieron por primera vez Kim y su marido, un raro lugar para que se produjera un nuevo amor. Pensó en que podía haber sido una coincidencia, o tal vez no. Se dirigían allí con la esperanza de cambiar sus vidas, tan diferentes desde la desaparición de Troy.
-¿Mamá, de verdad que vamos a volver a ver a papá después de estos años?-Decía el chiquillo.
Kim se mantenía en silencio con la respuesta que se guardaba en el interior sobre la pregunta que le había formulado su hijo. Cuando llegaron, aquello estaba desierto, como si hubiese sido abandonado hacía ya unos años.
Dos hombres, se acercaron sigilosamente por detrás, dos hombres con el ceño fruncido, dos hombres que si se observaban, eran parecidos a los de la mafia, dos hombres que cogieron a Kim y a su hijo, les pusieron rápidamente vendas, y los llevaron a que entraran en un extraño coche extranjero, color azul, más bien oscuro, con unos años de antigüedad. Muy extrañados, gritaban y lloraban, sobre todo el chico, que quería salir de ahí.
-¡Mamá!, ¿quiénes son estos hombres?, ¿qué quieren de nosotros?- Gritaba el niño, con un llanto escalofriante.
-Tranquilo hijo, no te preocupes, no te va a pasar nada, estás con mamá- le contestó Kim, y se buscaron rápidamente para darse un tierno abrazo que disminuyó la preocupación del niño-. ¿Qué es lo que queréis de nosotros?, contestadme, ¿por qué nos habéis raptado?
De repente, se rompió el silencio, debido a un movimiento extraño de uno de los profesionales que se encontraba delante de ellos y que sacando un arma apuntaba a su niño justo en medio de sus ojos azulados. Entonces les dijo:
-Tened los ojos bien abiertos y escuchad, sobre todo tú, niño despreciable. Cualquiera que abra la boca de nuevo, sobre todo para hacernos ese tipo de preguntas, que se dé por muerto.- Miraba de reojo mientras que de nuevo apuntaba al chiquillo.
Un dolor enorme le pasaba por la cabeza a Kim. Se preguntaba  cómo podía haber traído a su hijo con ella, sin pensar en que lo estaba exponiendo a un riesgo indeterminado. El remordimiento la mataba en esos momentos. El coche se paró bruscamente pegando un enorme, ruidoso y  chirriante frenazo y chocando con otro vehículo. Cogieron a los dos de una manera brusca de sus débiles y frágiles brazos y los llevaron a un edificio moderno. Con un tono muy extraño, de color parecido al beige, el edificio no se había terminado de construir. Tenía grietas muy profundas. Los metieron en una estrecha habitación. Gritaron con todas sus fuerzas para que los oyeran, aunque difícilmente podrían escucharles, ya que tenían un nudo en la garganta que casi les impedía articular palabra, por el terrible miedo que soportaban. Escucharon unos sonidos de voz bastante fuertes de la habitación contigua, procedentes de un hombre, que decía:
-¡Quiero salir ya de aquí, llevo tres años esperando a que me soltéis, quiero ver a mi familia, dejadme salir que yo no tengo lo que necesitáis, por favor…!
En ese momento, Kim sabía de quién se trataba: Era Troy. Se hallaba llena de alegría por tener la oportunidad de volver a verlo; habían pasado ya tres años. Pasó un señor con la cabeza cabizbaja por una puerta que comunicaba con la habitación de la que procedían los gritos, levantó la cabeza y…
-¡Papá!- Gritaba el chico, mientras que le apuntaban a la cabeza y le disparaban con un tono silenciado que impidió que nadie se diera cuenta y, de repente, Kim despertó al escuchar a su hijo.
-Mamá, quiero tostadas para desayunar, y un vaso de leche- le decía el niño, con entusiasmo. Un tierno abrazo, después de haber pronunciado las palabras, recibió de su madre que, tras confirmar que todo había sido un sueño, sintió un gran alivio al pensar que ninguna bala había acabado con la vida de su pequeño; pero también confirmó que su marido seguía aún desaparecido, y nunca sabría el porqué de lo que ocurrió.
Laura Ontiveros, 1º E.S.O. A

En el interior de un sueño


Me dirigía a casa de Charlie porque mis padres no podían quedarse conmigo durante esa semana. Se acababan de casar, después de catorce años de tenerme a mí se iban de luna de miel al Caribe. Sol, palmeras, playa…, todo eso para ellos, y yo me tenía que quedar con Charlie. No es que no me gustase, es que a veces se ponía a hablar de los sueños y yo no me enteraba de nada. Me prometió que algún día me lo explicaría…
Charlie era un viejo amigo de la familia. Tenía el pelo blanco y unos ojos color bellota, siempre perdidos en cualquier dirección. Siempre hablaba como un sabio, aunque no entendieses lo que te estaba diciendo, siempre te deslumbraba su fluidez al hablar y el vocabulario que usaba.
El coche de mi tía se paró enfrente de la casa de Charlie.
-Ya hemos llegado, cariño. Pásatelo bien. Y no le des tormento a Charlie, que ya es mayor ¿vale?
-Que sí, que ya lo sé- ya me había dicho eso otras mil veces en su casa-. Venga, adiós…
-¡Adiós!- mi tía Isabel siempre iba preocupada o con prisas.
Me di la vuelta para despedirme con la mano pero el coche ya estaba girando a toda velocidad con la música a tope. Mi tía no cambiaría nunca su manera de conducir. No sé cómo le dieron el carné de conducir. Quizás les hubiera amenazado a muerte. Mi familia era así, todos drogadictos y problemáticos, excepto yo.
Me dirigí tropezando hacia la antigua entrada ya que iba cargado de maletas. Toqué el timbre en cuanto dejé las maletas en el suelo. Charlie me abrió la puerta antes de que contara diez segundos. No debía de estar muy lejos de la puerta. Apareció con una suave sonrisa en el rostro. Eso significaba que tenía una sorpresa.
-Hola, Mark. ¿Qué tal estás? hace tiempo que no nos vemos.
-Hola, Charlie. Estoy bien y me alegro de verte. Em… Esa sonrisa…, tienes una sorpresa, ¿verdad?
-Me conoces muy bien, pero antes ven a merendar, debes de estar hambriento.
Charlie me preparó un bocadillo mientras yo buscaba algún cambio en la cocina. Nada había cambiado. Todo seguía igual que cuando venía de pequeño con mi abuela. Seguían esos azulejos amarillos y color canela en las paredes y esa mesa de madera que tantas veces había pintado con mis ceras plastidecor. Todavía quedaban restos de colores en las esquinas de las patas. La puerta que daba al patio trasero, donde estaría mi columpio-rueda, estaba oxidada y le hacía falta una mano de pintura. Había pasado mucho tiempo con Charlie. Era como mi abuelo y yo era para él, como su nieto. Pero cuando empezaba a hablar de la magia y los sueños, no me enteraba de nada. Aun así lo seguía queriendo.
En cuanto me tragué el último bocado de mi bocadillo, Charlie me llevó hacia su sala de estar, que más que una sala de estar parecía una biblioteca.
-Te voy a contar el secreto de mi familia.  Hace mucho tiempo mis antepasados descubrieron el mundo de la juventud y felicidad. Bueno, en realidad ellos no la descubrieron, ya había gente allí, y la sigue habiendo. Se llama Imaginatio, que significa imaginación en latín. Los descubridores de Imaginatio hablaban latín. Le pusieron ese nombre porque todo era como una ilusión, una imaginación. En cierto modo lo es.
-¿Cómo? Espera, ¿dónde está Imaginatio?
-En la cabeza de las personas tristes y que la vida no les ha dado suerte. Por eso te lo cuento a ti.
Charlie tenía razón. Mi vida no había sido un lecho de rosas. Mis padres no me hacían caso y me pegaban, en el instituto se burlaban de mí, a mi tía Isabel se le iba la cabeza y mi hermano se drogaba y vivía en la calle con unos chicos que también me pegaban. El único al que tenía era Charlie, que también estaba solo…
-¿Cómo se puede entrar?
-Tienes que relajarte, cerrar los ojos y dormirte pensando en una vida feliz.
Y así lo hice. De repente me vi sumergido en un mar de color azul cristalino. Peces de colorines  nadaban y saltaban felices. Pasado un minuto me di cuenta de que podía respirar bajo el agua. Salí a la superficie. A lo lejos un delfín gris se acercó a mí.
-Hola Mark.
-Charlie, ¿eres un delfín?
-Exacto. Y tú eres un duende.
Me examiné con la mirada. Tenía orejas puntiagudas, un sombrero de cascabeles, ojos grandes, y pelo verde.
-Guau.
-Sí, chico, es genial .Anda ve a conocer Imaginatio.
Todo era de colores intensos y alegres. Criaturas mágicas correteaban y reían. Un unicornio comía de la mano de una alegre hadita con trenzas rubias y alas rosas. Un hombre lobo jugueteaba con un conejito. Allí nada era malo, aunque fuesen criaturas como el hombre lobo, todos eran felices unos con otros. Al lado de la orilla una elfa de pelo castaño dorado, con un vestido del mismo color de su pelo me esperaba. Tenía una belleza infinita, piel morena y suaves dibujos marrones y dorados en los brazos. Sus ojos claros brillaban a la luz del sol. Era la criatura más bella que había visto nunca. Yo también debía de ser muy guapo porque no paraba de mirarme.
-Bienvenido a Imaginatio .encantada de conocerte-me dijo con su voz de campanillas-. Soy una elfa dorada y me llamo Ali.
-Hola, yo soy Mark y por lo visto soy un duende.
-Pues sí , ven, te voy a enseñar todo esto.
Ali me enseñó todo y surgió algo entre nosotros. Después de eso, en el mundo real mis padres me abandonaron y Charlie me adoptó. Mi tía está en un centro de rehabilitación. Ahora siempre que puedo estoy en Imaginatio, disfrutando con las sirenas, los pegasos y sobre todo con Ali. La vida real ya no me importa. De todos modos nadie me quería de verdad, excepto Charlie, pero ahora estoy con él. Si de todo esto tengo que sacar una moraleja, sería que a todas las personas les llega el turno de ser felices, aunque no sea en un mundo real…
Marina García Montoya, 2º E.S.O. A

domingo, 24 de octubre de 2010

Allí estaba solo



Allí estaba solo, como de costumbre, sentado como si de un monarca se tratase, en un gran y antiguo sillón de terciopelo con un color sangre tan vivo y apasionado que contrastaba totalmente con su rostro, pálido y desgastado por la vejez. Sostenía entre sus manos, de dedos huesudos y peludos y uñas largas, una copa de vino, quizás el mejor de toda su bodega. Mantenía su mirada fija, en esa ventana, la que más destacaba de todo su inmenso comedor, adornado, si es que se le podía llamar así, por candelabros con unas velas medio derretidas que eran en ese momento su única fuente de luz sin contar aquella hermosa luna llena que relucía más que cualquier bella mujer que pudiese haber contemplado aquella persona consumida. De la pared de aquel comedor colgaban grandes retratos de antepasados suyos, con una vestimenta lujosa, propia de un noble, algunos portaban las mejores espadas de su época, las mujeres, unas joyas tan brillantes como el mismo fuego brillando en la hoguera de la chimenea de piedra que daba calor a su lado derecho. Aquel cielo estaba también bañado por un mar de estrellas luminosas, que acompañaban a la preciosa luna. Todo esto hacía del firmamento un formidable espectáculo digno de contemplar, quizás por eso posase allí sus profundos y rojizos ojos. Lentamente se levantó de su asiento, y se dispuso a caminar hacia la ventana, apoyando los brazos en la cornisa, volvió a observar el cielo, y una lágrima descendió de su ojo hasta la barbilla, reteniéndose unos segundos hasta caer al suelo. Instantes después bajó lentamente unas escaleras de caracol hechas de madera de roble hasta unos pisos inferiores de su mansión. Había un completo silencio todas las noches, quizás fuese porque no tenía a nadie, quizás porque su corazón ya no podía pronunciar palabra.
¿Quién lo iba a saber? Al fin y al cabo, solo era un hombre solitario y resentido por su amargo destino. Cuando terminó de bajar los escalones, llegó a un gran pasillo donde iba encendiendo antorchas a su paso para que le fueran iluminando unos cuantos metros más adelante, hasta llegar a una puerta un poco oxidada y de madera estropeada, al parecer por el tiempo. Abrió con llave la puerta y se dispuso a pasar. Era una habitación bastante chica en comparación con las demás de la mansión, tenía una mesa redonda en medio y las paredes las cubrían unas estanterías llenas de libros. Cogió un libro determinado, ya que al parecer estuvo un rato buscando. Era una especie de diario bastante extenso, aparto el polvo de la carcasa y se sentó en una silla enfrente de la mesa. Destapó el libro por casi el final y comenzó a leer:
20 de Mayo, 1543 Valaquia
Irina no muestra mejora en su salud, sigue con una elevada fiebre y múltiples escalofríos, sus síntomas de peste han alarmado al pueblo y ya vinieron hace unas horas a intentar llevársela a la hoguera, por suerte mis guardias todavía no están en nuestra contra y los han ahuyentado. Llevamos días y días intentando buscar una cura y cada vez la espera se hace más y más desesperante, ¿qué haré si le pasa algo a mi querida Irina? Anoche estuve maquinando y lo decidí: mañana mismo partiré en busca de un remedio para su enfermedad. Aguanta querida, volverás a recuperar tus energías.
30 de Mayo, 1543 Valaquia
No le he podido dedicar tiempo al diario hasta hoy, he despertado misteriosamente otra vez cerca de casa, ¿cómo puede ser? ¿Habré dado la vuelta sin querer?, solo sé que anoche, sentí algo extraño antes de dormir, y aquí he despertado. Tendré que volver a mi hogar, y esperar a que Irina se haya recuperado por sí misma...
1 de Junio, 1543 Valaquia
Hoy llegué a la mansión por la noche, Irina ha muerto. Me desplomé en mi sillón de terciopelo rojo y me dediqué a mirar la hermosa luna que relucía aquella noche, mientras mares de lágrimas se derramaban por mi cara mojando toda mi vestimenta de viaje. Aquella luna se podía comparar a la belleza de mi querida Irina, pero era solo una simple luna, quizás nunca volvería a alzarse tan bella ante mis tristes ojos humanos, pero Irina tampoco lo haría. Esta quizás sea la última vez que escriba en este diario, lo guardaré en un lugar recóndito de esta mansión, quizás alguien en un futuro pueda leer esta trágica historia. Me mantuve pegado mucho a Irina cuando contraía la peste, por tanto, lo más probable es que haya sido contagiado y no dure mucho más de medio mes, quizás sea mejor, mi vida sin ella no tiene sentido. Y aquí finalizo este diario; ojalá, si hay algún lector, espero que sepa comprender este relato.
El hombre pasó unas cuantas páginas en blanco y encontró varias más escritas, las comenzó a leer:
1 de Junio, 1843 Valaquia
Han pasado tres siglos desde que escribí por última vez en este diario. Según había previsto, debería haber muerto de peste pocas semanas después que Irina, pero no fue así y siguieron pasando los años, hasta que me di cuenta, de que la gente fallecía y fallecía y aquí seguía yo, en el mundo de los vivos. Cuando todos mis criados murieron quedé completamente solo. No tengo hambre, no tengo sed, no tengo sueño. Acabé percatándome de que mis días como humano habían acabado hacía ya bastante tiempo. Hoy, trescientos años después de aquella desgracia, me encuentro aquí escribiendo de nuevo, en esta polvorienta habitación donde escondí cuidadosamente mi diario. Me he propuesto que sólo volveré a destapar el polvo de este cuaderno cuando vuelva a divisar otra hermosa luna como la que vi aquella funesta noche.
El anciano sacó una pluma y empezó a escribir con mucha delicadeza:
La inmortalidad es una idea deseable hasta que caes en la cuenta de que tienes que vivirla solo.
José Antonio Tripiana, 1º Bachillerato – Ciencias Naturales

No podía creerlo

No podía creerlo, otra vez no. ¿Por qué a mí? La misma pesadilla noche tras noche… Siempre aquella chica rubia joven desesperada intentando salvar su vida…, en vano. Y yo ahí mirándola inmóvil a la orilla del mar sin poder ayudarla viendo cómo segundo tras segundo su vida se le escapaba de las manos. ¿Qué representaba aquel extraño sueño? Mejor dicho, ¿a qué se debía aquella maldita pesadilla que me acechaba todas las noches? ¿Por qué no podía dormir plácidamente al lado de mi marido en nuestro nuevo hogar?
Sí, puede que mudarme a aquella casa fuera algo precipitado pero… ¿Qué podía hacer yo? Ricardo tenía su vida allí, su trabajo, su familia…, todo. Sin embargo yo ya no tenía trabajo, al fin y al cabo no había nada que me atara a mi antigua ciudad, ni amigos, ni familiares; estaba sola.
Cuando llegué a aquella casa todo parecía perfecto, era muy espaciosa y bonita, con un amplio jardín, situada al lado del mar; tenía un buen coche y un marido maravilloso. ¿Qué más podía pedir? Vale que él a veces se comportaba de una manera un tanto extraña y en ocasiones llegaba a ser muy celoso sin tener motivos, pero era algo a lo que no le había prestado demasiada atención, al fin y al cabo, cada uno tiene su manera de ser ¿no? Solo había una cosa que me molestaba realmente. ¿Por qué no dejaba que me acercara al sótano? ¿Qué se escondía detrás de aquella antigua puerta cerrada con candado, que bajo ningún concepto podía abrir? Cuando intentaba sacar a la luz ese tema de conversación siempre lo evadía. Él quería que yo me olvidara por completo de aquel oscuro cuarto situado en lo más profundo de la casa, pero yo no me daba por vencida, sabía que Ricardo escondía algo y tarde o temprano debía averiguarlo.
Pasaron las semanas y él debía hacer un viaje de negocios que duraría un par de días; era mi oportunidad para descubrir qué se escondía detrás de esa puerta, así que esa misma tarde después de ir a despedir a Ricardo al aeropuerto busqué por toda la casa la llave que abriría el candado. Estaba celosamente escondida tras el pesado cabecero de hierro que decoraba nuestra habitación. Bajé decididamente al sótano y abrí la pesada puerta; al entrar… ¡No podía creerlo! La chica joven de mis pesadillas aparecía en un montón de fotografías allí guardadas, pero, ¿qué pasaba? ¿Quién era ella? Seguí revisando desesperadamente aquel cuarto lleno de polvo y recuerdos del pasado y encontré algo más, en una esquina de la habitación se hallaba un pequeño baúl de madera con fotos de matrimonio, para mi sorpresa los novios eran Ricardo y esa mujer, y junto a ellas había numerosos documentos; aquella chica se llamaba Elisabeth y se habían casado en esta misma ciudad diez años atrás, pero ella había fallecido. No daba crédito a lo que veía. ¿Qué estaba pasando?, lo comprendí en cuanto leí una carta que ella le había escrito a Ricardo donde le decía que había conocido a otro hombre y ya no deseaba estar junto a él, quería el divorcio, y Ricardo… ¡Ricardo la había asesinado! Ahora había descubierto su secreto. Decidí avisar a la policía y salir de aquella casa lo más pronto posible pero oí el ruido de la puerta de entrada de la casa, ¿era él? ¿Acaso no había tomado ese avión? Escuché sus pasos por la casa aproximándose a donde yo me encontraba así que decidí esconderme pero era demasiado tarde; estaba frente a mí y se disponía a matarme para seguir manteniendo a salvo el crimen que había cometido hace dos años; pero de repente me armé de valor y sin pensarlo dos veces le golpeé la cabeza con el pesado baulito de madera y en una fracción de segundo se desplomó en el suelo. Ese fue el momento en que acabó nuestro matrimonio, o mejor dicho, nuestra farsa.
Hoy, un año después, tengo un nuevo trabajo y una nueva casa completamente lejos de allí, en fin, una nueva vida.
Laura Sánchez Díaz, 1º Bachillerato – Ciencias Naturales