En una oscura tormenta, la típica en la que ningún alma vagaría y menos a las horas de las que hablo, deambulando entre oscuridad, en contra del viento y la calada lluvia, iban los hermanos Lawrence, acompañados del graznido de los cuervos. La joven Lucy iba con su hermano Mark. Como se quedaron huérfanos a una edad temprana, este último, cinco años mayor que ella, aprendió a hacerse fuerte para cuidar de su hermana.
Pero en aquel momento no se sentía así, sus problemas respiratorios le impedirían seguir viviendo si no encontraban pronto el camino de vuelta. Era una noche sin luna, solo les guiaba una vela que llevaba el hermano bajo la capa que los cubría. Ya no podía más, se desplomó en el suelo como un castillo de naipes y la luz se desvaneció. Su hermana se arrodilló ante él, ¿realmente había esperanza? Las nubes se apartaron dejando mostrar una gran luna seguida de un efímero relámpago. En los ojos de Lucy solo se quedó grabada una imagen: la silueta de un castillo. Con la tenue luz de luna, a duras penas, consiguió llevar a su hermano que, semiconsciente, andaba algo hasta su única salida. Había un gran portón con aldabas y Lucy llamó. La chirriante puerta se abrió, un individuo encorvado y con ropa de mayordomo los atendió:
-¿Qué buscan los señores a estas horas?
-Mi hermano necesita ayuda, por favor…-suplicó la chica. El sirviente se apartó para dejarles pasar al vestíbulo.
-¿Qué sucede ahora, Matthew?-se oyó una potente voz desde el interior de la casa.
Del interminable pasillo venía tranquilamente una figura de espalda ancha y elevada estatura. Su rostro solo se vio claro cuando se acercó a los visitantes. Su porte era elegante y su pelo estaba muy bien peinado hacia atrás. Tenía unos bonitos y penetrantes ojos verdes que escondían algo oscuro.
-No es nada señor…-contestó el mayordomo.
La mirada del caballero se fijó primero en Mark, lo miró como si fuera un insecto agonizante.
-Por favor ayudadlo, señor.-le pidió la hermana.
Los ojos del dueño de la casa se fijaron en Lucy, no se había percatado de su presencia. Esta le miraba suplicante, sus miradas se fundieron por un segundo.
-Prepara la mesa para dos personas más…y un par de habitaciones.-dijo antes de irse.
-Lo que ordene, señor- fue lo único que dijo Matthew antes de huir por el pasillo como solo un demente lo podía hacer.
En la cena, Mark se recuperó un poco. Le vino bien sentarse cerca de la chimenea y comer algo. El propietario de la casa se presentó, se llamaba Nasir. Contaba cosas interesantes, pero Mark no estaba en condiciones de escuchar, solo veía que su hermana no paraba de sonreír y Nasir reía al verla a ella. Al terminar, Matthew los condujo a sus habitaciones. La de Mark estaba frente a la de Lucy. El joven necesitaba descansar y se durmió al instante. Las primeras horas transcurrieron rápido. El reloj dio la doce y Mark se levantó exaltado y empapado de sudor. Había tenido una pesadilla referente a su hermana y la superstición de la época le llevaba a hacerle una visita a su habitación para comprobar que estaba a salvo. Al levantarse de la cama se llevó la mano al pecho, le ardía y aún le costaba respirar. Pese a eso se dirigió a ver a Lucy. La puerta de su habitación estaba abierta y ella no estaba dentro. El joven vio gotas púrpuras y las siguió, llevaban a una habitación grande de suelo bien pulido en cuyo final, tras unos pequeños escalones, había un ataúd de madera caoba. Mark se acercó con cautela.
Al asomarse se estremeció; los dos yacían muertos dentro, Lucy y Nasir. Su piel delataba su muerte pero sangre fresca brotaba de su boca. Una voz sonaba en su cabeza, era la de Lucy:”Por favor libéranos a los dos, quiero estar con él.”Mark solo podía obedecer. De una patada rompió una mesa de la sala y de ella sacó dos perfectas estacas y con el pulso tembloroso clavó una tras otra. Mark vio cómo se les escapaba la vida y se marchó para nunca volver, ya no le quedaba nada por hacer. Al regresar por fin a casa, allí escribió toda la historia. Nunca se supo lo que pasó entre Nasir y Lucy, ni se sabrá… Mark murió quemado en la hoguera junto a la única copia de su libro.
Ángeles Jordán Soriano, 2º E.S.O. A
No hay comentarios:
Publicar un comentario