sábado, 21 de noviembre de 2009

Aquella tarde que nos quedamos sin TV



Mi amiga Marta se vino conmigo y con mi familia a la casa del pueblo. Mis padres, mis tíos y mis primos se fueron de compras y Marta y yo nos quedamos solas. Como nos aburríamos, fuimos a ver la tele. ¡Horror! ¡La tele era más vieja que el sol y no funcionaba!

De repente, como si se me hubiese encendido una bombilla en la cabeza dije: ¡La PSP! ¡Mi primo se había traído la PSP! Tanto era el aburrimiento que teníamos, que fuimos corriendo por la casa hasta el dormitorio donde estaba su maleta, como si un psicópata con un cuchillo en la mano nos persiguiese. Para nuestra sorpresa, mi primo nos había dejado una nota, que decía así:

–¡Ja, ja! ¡No os pienso dejar la PSP! ¡Es solo mía!

En ese momento pensé una venganza para mi primo por habernos dejado muertas de aburrimiento, pero se me ocurrió algo mejor... Podíamos leer los libros del abuelo. Vale, no sería como una película de la tele, pero sí mejor que no hacer nada. Al fin y al cabo podía ser divertido...

Marta encontró un libro de mi tatarabuelo, pues era el más viejo de la estantería. Había direcciones de casas. Buscamos a ver si aparecía la de esta casa. Después de estar media hora buscando, la encontramos. Justo debajo ponía: «Si una sorpresa queréis encontrar, arriba debéis mirar». Me quedé un rato pensando: arriba, arriba... ¡Ya sé! ¡La buhardilla!

–¿Subimos?– le dije a Marta.

–Vale–, me contestó.

Cuando subimos, todo estaba lleno de telarañas, polvo... En fin, allí no había entrado nadie a limpiar desde hacía mucho tiempo. Cuando ya llevábamos cinco minutos buscando "la sorpresa", Marta pegó un grito, que yo creo que se oyó hasta en la casa de enfrente. Al principio pensé que Marta había visto el fantasma del que nos había hablado tantas veces el abuelo. Después me tranquilicé al observar una cucaracha frente a Marta. Pero al ver de dónde venía también grité. Marta había abierto una caja para ver si estaba "la sorpresa" pero con lo que se encontró fue con cientos de cucarachas saliendo de la caja. Nos alejamos rápidamente. Al ir corriendo tropecé con un baúl, entonces pensé: ¡La sorpresa! ¡Y qué sorpresa! ¡Era un libro de chistes! ¡La diversión estaba asegurada!

De esta experiencia he aprendido dos cosas. Una, que no hace falta la tele ni la PSP para divertirse. Dos, que la venganza de mi primo sería decirle que él no había tenido una aventura sin salir de casa y que no había conseguido ningún regalo.

Marina García Montoya, 1º E.S.O. A

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