Surcar con tu bolígrafo las invisibles líneas que aún no existen. Plasmar eso que te ha hecho abandonar lo que estabas haciendo. Recrear los detalles de aquello que vive intensamente en tu mente. No describirlos erróneamente.
Esos son los miedos a los que se enfrenta el escritor/a cada vez que observa ese folio en blanco, esa nada.
Partiendo de ahí, prácticamente de la nada, solamente con la pequeña idea que se ha formado en su cabeza, tiene crear una dimensión donde el lector/a quede sumergido, donde quede extraído del mundo real, donde se sienta en un lugar seguro y placentero.
También tiene la preocupación de que al lector/a no le guste el escrito, o no se sienta identificado con él. Este miedo lo lleva algunas veces a no escribir nada, a dejar el folio en blanco, sin haberse rellenado con la tinta de su inmensa imaginación.
No se trata de, solamente, escribir algo en un papel, se trata de hacerlo con sentido y sentimiento, extrayendo algo de tu cerebro y convirtiéndolo en realidad.
¿Por qué hacerlo si se tiene tanto miedo? ¿Por qué no dejarlo tal y como está, y abandonar las preocupaciones?
Yo te lo digo, amigo. Porque después de la tormenta vendrá la calma, como dice el dicho. Por lo tanto, detrás de los miedos, estará la esperanza o el placer de haber satisfecho al que un día se interesó por leer la creación que con tanto esmero has elaborado, habiendo partido de la nada, o lo que viene a ser lo mismo, de un folio en blanco.
Marina García Montoya, 2º E.S.O. A
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