Juan era un niño que todavía iba al colegio, que tenía una característica
que lo hacía realmente especial: cuando veía un plato de lentejas no podía
resistir la tentación de comérselas, sobre todo si las había cocinado su
abuela.
Aquel día, Juan llegó del colegio con un apetito tremendo y su sorpresa fue
que tras abrir la puerta de la casa, pudo percibir el agradable olor de las lentejas
de la abuela; y casi sin dejar ni la mochila, Juan se abalanzó sobre la olla y…
¡Sorpresa! De pronto se encontraba dentro de la olla, nadando en el interior de
ésta y rodeado de lentejas, patatas, chorizo, carne, tomate… Y más cosas.
De repente, estaba en un cucharón, y de ahí pasó a un plato y del plato a
una cuchara, y de la cuchara fue a parar a la boca de su abuela, que lo engulló
junto con las lentejas. Ahí comenzó el viaje más extraño que Juan pudiera
recordar, un paseo por el interior del cuerpo de la abuela.
Juan se lo tomó como una agradable visita turística. Después de visitar la
boca, se deslizó a la velocidad de la luz por el esófago, hasta llegar al
estómago, donde estuvo en contacto de nuevo con sus lentejas favoritas.
A lo lejos pudo otear un glóbulo rojo, el cual lo acompañó durante su
expedición por el sistema circulatorio para, así, evitar acabar en… Un baño con
el agua de la cisterna.
Gracias a su nuevo amigo pudo salir con vida del viaje al centro del cuerpo
humano, ya que éste lo condujo hasta el corazón. Allí tuvo una gran
experiencia, pues iba de un lugar a otro, hasta que, por fin, encontró el
camino que le condujo a los pulmones y de éstos, junto con un poco de suerte y
gracias a un fuerte estornudo de la abuela, logró salir disparado como una bala
al exterior.
Y ahí fue cuando realmente se sorprendió, al descubrir que todo había sido
un sueño. Pero lo mejor es que sus ganas por las lentejas de la abuela no
habían desaparecido sino que se había levantado con un apetito tremendo y se
moría por un sabroso plato de comida.
Jesús Mª Guzmán Díaz, 2º E.S.O. A
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