Nos
encontramos en el año 3013. El consumo desmesurado y el agotamiento de las
fuentes de petróleo, han hecho que se agoten totalmente. Ahora todo funciona
con energía eléctrica, pero claro, la obtenemos de centrales nucleares. El
uranio y el plutonio se están agotando, por lo que científicos e ingenieros de
la central inter-espacial han diseñado una nave capaz de alcanzar la velocidad
de la luz. Se cree que en la estrella más cercana a nuestro planeta, a parte
del Sol, Alfa Centauro, hay unas reservas de uranio diez mil veces superiores a
las de la Tierra.
Me llamo
Peter Studer, doctorado en física cuántica en la universidad de Oxford y soy el
encargado de tripular la nave. Somos seis en la tripulación, cada uno de
nosotros lleva un traje totalmente ignífugo capaz de soportar temperaturas
superiores a trescientos mil grados. El viaje durará ocho años a la velocidad
de la luz, y mi familia se quedará en Tierra.
Hoy es
dos de agosto, es el día de partir. Me despido de mis hijos y de mi mujer, y
les aseguro que nos volveremos a ver muy pronto. No tengo tiempo para más. La
nave, Sky Dron, ha puesto los reactores atómicos en funcionamiento, y en
cuestión de segundos la Tierra ha desaparecido de nuestra vista.
Tres
largos años pasaron y la estrella se veía cada vez más próxima. Nos disponíamos
a aterrizar, cuando unos seres, diría que de más de dos metros de alto, nos
miraron fijamente. Salí de la cabina seguido de mis compañeros.
Aquellos
seres soportaban la temperatura sin ningún tipo de artefacto. Me acerqué a uno
de ellos y lo saludé, creía que no diría nada, pero como si de magia se
tratase, me dio los buenos días. No puedo llamar sorprendido a mi estado en ese
momento, ¡hablaba mi idioma! Con algo de esperanzas le pregunté dónde podíamos
encontrar uranio. Entonces todos aquellos bichos empezaron a reírse de mis
palabras. Cuando me di cuenta de que lo que pisaba, todo lo que tenía a mi
alrededor, era uranio, no dije nada más.
Me
dispuse a poner en funcionamiento la excavadora de la que disponíamos y comencé
a cargar el depósito. En cuestión de un año, miles de toneladas llenaron el
cajón y pensé en volver a la Tierra, pero cuando todo estaba preparado y a
punto, nos detuvieron, ¿qué podía pasar en aquel momento?
Bajé y
me dijo que no podíamos marchar sin nada a cambio. Era cierto, les habíamos
robado. Pero no tenía más tiempo que perder. Le grité a Roger que se pusiera al
mando y despegara. Salté y me enganché a la puerta, pero me rajaron el traje
con una especie de cuchillo. Noté cómo me empezaba a marear y me desmayé. Mis
compañeros me metieron rápidamente en la nave. Faltó poco para que todo saliera
mal.
A las
horas me desperté, íbamos ya de vuelta. Los días pasaban y sin ninguna novedad
llegamos a Tierra en poco más de ocho años. Aterrizamos donde estaba previsto,
pero cuando llegaron para ver cómo había salido todo, no conocía a casi nadie.
Me fui
sin hablar a mi casa, pero allí solo estaban mis hijos, deteriorados por la
edad, mayores que yo. No los reconocí, tenían catorce y dieciséis años la
última vez que los vi. Me abrazaron fuertemente los dos y rompieron a llorar,
pero yo no pensaba en eso. Asustado, pregunté que dónde estaba su madre. Mi
hijo mayor miró al suelo, y empecé a comprenderlo todo.
Jesús García Terol, 2º E.S.O. A
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