El “Monólogo interior” que comparte con nosotros Gloria Langle Molina, es un texto que refleja casi con total brutalidad, diría yo, los alcances del pensamiento humano en relación a un entorno social.
Desde el autodiálogo que realiza una secretaria criticando tanto el aspecto, los detalles y las consideraciones hacia ella, como la vida íntima de su jefe, se nos muestra cuán mediocre, simple y repulsivo puede llegar a ser el mundo interior de las personas.
La autora nos da a entender por su método expresivo que a la secretaria le alivia expresar sus verdaderos sentimientos y opiniones para sí misma, ya que no puede hacerlo para con el entorno exterior.
En la frase “…vete a un puticlub y cuéntale tus miserias a una tía buena que te dé caña…”, por ejemplo, se denota la rabia y el desprecio con que se vuelca la protagonista en su monólogo y un lenguaje más tendente a lo vulgar que a lo coloquial.
Es cierto que cada uno tiene derecho a guardar para sí ciertos secretos, ciertas verdades, pero, como decía el filósofo Lev Vigotsky, “el pensamiento no es simplemente expresado por las palabras, cobra existencia gracias a ellas”.
Y si es así, ¿por qué callar entonces nuestras ideas más insólitas? ¿Acaso no fueron las grandes leyendas de la Historia (Schwann, Einstein, Sócrates, Napoleón…) aquellos que tuvieron el coraje de discurrir sus ideales sin importar cuanta oposición encontraran en el camino?
La respuesta es más que obvia: el ser humano es el ser vivo más débil que hay (…); egoísta, mentiroso, soberbio… (¡Ojo! No quiero estereotipar a todo individuo; siempre está la excepción que rompe la regla.) y, sobretodo, necio como él solo.
Tenemos el ejemplo de Galileo: hubo de presentarse ante un tribunal y negar que la Tierra giraba alrededor del sol para salvar la vida. Sin embargo, al terminar susurró para sí las palabras que hoy día conocemos como: “Eppur si mouve” (Y, sin embargo, se mueve).
¿A dónde quiero ir a parar con esta reflexión? A una sola palabra; esa que, en mi opinión, nos defina como raza: La hipocresía.
¿Dónde?
Hipocresía en los discursos de los políticos cuando hablan de un mundo más justo y seguro para todos, mientras dos tercios de la población mundial sufren de desnutrición, cuatro de cada diez mujeres son maltratadas y asesinadas por sus maridos cada año y menores de edad tienen acceso a armas de fuego en países supuestamente desarrollados; hipocresía en cada gesto que dirigimos a alguien por interés y conveniencia tratando de entablar una relación fundada básicamente en el vacío; hipocresía a la hora de convencernos de que algo está bien, cuando en realidad no lo está; hipocresía, al fin y al cabo, en cada uno de nosotros.
Nadie puede debatirme el hecho de que todos hemos sufrido alguna vez por culpa de otras personas…
¿Cuántas veces? ¿Cuántas veces nos han pisoteado, humillado y atormentado? ¿Cuántas?
El hombre podrá ser muy especial, sí, pero goza de una característica que no posee ni la más venenosa de las cobras: es autodestructor, e incluso disfruta del dolor ajeno.
Muchas veces dejamos de lado nuestra felicidad por guardar unas apariencias, por lucir esa doble máscara que nos caracteriza, y vivimos pues más con la opinión unánime que con la nuestra propia.
Como decía Valeria en la película V de Vendetta: “¡Nuestra integridad vale tan poco…, pero es todo cuanto realmente tenemos!; es el único centímetro que nos queda de nosotros: si salvaguardamos ese centímetro, somos libres”.
Marina Jiménez Saldaña (1º Bachillerato)
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