domingo, 30 de octubre de 2011

Mariola


Diez años, diez largos años habían pasado desde que por última vez Mariola salió de su casa con cualquier excusa sin importancia, sin saber que no volvería a verla.
Andrea no recordaba demasiado bien a su hermana, aunque se acordaba de bastantes episodios que había pasado con ella. Por fotos, vídeos, o anécdotas que le contaban sus padres, Andrea siempre había vivido con el recuerdo de su hermana, más que con ella.
Ahora, diez años después, Andrea era toda una mujer de veinte años, alta, castaña y esbelta. Estaba estudiando periodismo, una afición que siempre había compartido con su hermana Mariola. Recordaba que, de pequeñas, solían jugar a hacer telediarios y tenían muchos vídeos de numerosas ediciones con noticias de todo tipo, desde la derrota de papá frente a Mariola jugando al parchís, hasta la comida diaria que habían ayudado a hacer a mamá.
Mariola... La verdad era que sus padres nunca le habían llegado a hablar claramente sobre ella. Cuando ocurrió “todo”, tenía apenas diez años y su entorno la mantenía al margen. Una enfermedad fue la excusa para que su hermana mayor no estuviera con ella ahora. Pero en el fondo de su ser, Andrea no se lo creía. No podía ser verdad. Mariola, la gaviota que siempre volaba alto remontándose sobre las nubes, que pasar un segundo a su lado alegraba el día a cualquiera y que siempre estaba riendo, ¿cómo podía haberse ido así sin más? ¿Cómo de la noche a la mañana una enfermedad pudo arrebatársela de su lado?
Nadie sabía con exactitud cuánto había necesitado Andrea a su hermana. Sus amigas de toda la vida  siempre alardeaban de la ayuda que sus hermanos y hermanas mayores les prestaban, de los juegos, los regalos e incluso de las pequeñas peleas cotidianas que luego iban seguidas de una deliciosa reconciliación con sabor a helado de chocolate, y estaban muy  orgullosas de tenerlos a su lado. No era justo, Mariola debió quedarse con ella.
Sin embargo, aquella tarde, Andrea no se quedó callada como de costumbre. No comenzó a llorar sola en su habitación preguntándose por qué su hermana no estaba. No se conformó, porque algo muy dentro de ella, le decía que Mariola no había estado enferma.
Decidida, bajó las escaleras hasta el salón, donde su padre estaba sentado al lado de la chimenea, fumando de su pipa como solía hacer cada tarde, mientras, con aire nostálgico y melancólico, leía uno de sus libros.
Desde que Mariola murió, la vida de  Javier no había sido nada fácil. Cayó en depresión, y perdió su empleo, así que Estela tuvo que empezar a trabajar todo el día. Después de eso, su vida consistió en ir de médico en médico con dolencias y quejas de todo tipo, sin olvidar los innumerables psicólogos que, sin éxito, habían intentado ayudar a Javier a superar su depresión.
-Papá… -dijo Andrea con voz suave.
-¿Sí?, espero que sea importante Andrea, estoy trabajando
-¿Por qué murió Mariola?
La expresión de Javier cambió de repente. En sus ojos, se podía ver una profunda tristeza, como Andrea no la había visto nunca.
-Verás -comenzó Javier aclarándose la voz- nunca te hemos dicho la verdad acerca de tu hermana, pero creo que es hora de que alguien te la cuente.
Aquella tarde, Javier le explicó con detalle el porqué de la falta de Mariola, desde aquella mañana de pesca en la que la pequeña le mencionó aquel cementerio de gaviotas, hasta la última vez que la vieron, pasando por Dani y todos los problemas que acarreó.
-Y… ¿qué dijo la autopsia? -dijo Andrea con voz temblorosa. En realidad no sabía si quería saberlo, pero tenía que preguntar.
-Una sobredosis. Pero la causa de la muerte fue el impacto. Tu hermana murió en el acto, sin dolor, en el acantilado de los vientos.
Sin pensarlo, Andrea cogió el coche y, sin importarle demasiado lo demás, se dirigió a aquel acantilado, que había sido testigo de los últimos momentos de Mariola con vida.
Cuando llegó, se sentó cerca del borde, e inspiró la brisa marina que movía las gaviotas como el vaivén de un péndulo. Sentía una presión en el pecho que no hacía más que traer amagos de lágrimas a sus ojos, pero no podía llorar.
Se levantó, y como por instinto quizá, se dirigió a una cabaña ruinosa que había cerca del acantilado. Admiró las paredes de madera, desgastadas por el tiempo, y pudo observar que en el suelo había jeringuillas. Al lado de ellas, un papel doblado, que a Andrea le pareció arrancado de una libreta. Al abrirlo, pudo leer:
Querida Andrea:
Si estás leyendo esto supongo que ya estaré muy lejos. Estas palabras no significan una despedida, ya que espero reencontrarme contigo algún día, pero, como ya sabes, todo lo que no digo a través de mis labios se me da mejor decirlo bolígrafo en mano. Y ahora que sé que ya no estoy a tu lado cada día como hasta hace poco, quiero que sepas todas y cada una de esas pequeñas cosas que nunca te dije.
Cada segundo a tu lado es maravilloso, tanto para mí como para todos los que te rodean habitualmente. Con esos juegos llenos de imaginación que me regalas cada día, haces que cada instante contigo se convierta en un recuerdo digno de guardar en esa cajita que siempre tienes a mano. Eres especial, Andrea, y quiero que aprendas a comprenderlo.
Me encanta pasarme horas observándote dormir; tienes exactamente ciento veinte pecas en las mejillas, cada cual más bonita que la anterior; adoro cómo te recoges el pelo dejando algunos pequeños rizos sueltos sobre la cara; me encanta cómo tus mejillas se sonrojan cuando alguien te dice que has hecho algo bien…
Sé que esto es algo muy duro para las dos, para todos en general, pero quiero que seas fuerte. Tenemos que pensar que la distancia, en nuestro caso, no creará olvido. Siempre que me necesites, vuelve a leer esto. Estoy en cada una de estas palabras, para ti. Y recuérdame, tanto a mí como a todos nuestros momentos, porque fueron reales, te lo aseguro. 
Sé que, esté donde esté, te echaré de menos. Te quiero como siempre hice y como siempre haré.
Hasta la próxima, pequeña.
Mariola.
Y así, con el alma tranquila, y apretando contra su pecho aquel papel, que su hermana había escrito para ella y sólo para ella, y pensando en la suerte que tenía de tener una hermana así, se dio cuenta de la realidad. Mariola nunca la había abandonado. Siempre había estado con ella, a su lado.
Y, en silencio, Andrea echó a llorar.
Elia Giménez Samblás (1º Bachillerato)

miércoles, 26 de octubre de 2011

El amor


El amor es querer;
el amor es amar.
El amor es sentimiento
que viene y que va,
unos ojos de alguien que sabe amar.
El amor es un juego, un juego de azar.
Amor, ¿qué me das?
Amor, ¿vendrás? ¿Me llamarás?
¿No me querrás, verdad?
El amor es un sueño;
no sabes si ocurrirá, ¿vendrá?
No mires atrás,
sabrás que te amarán
cuando te sepan apreciar.
Juliana Trinidad Sáez Rodríguez (1º E.S.O. B)

domingo, 23 de octubre de 2011

Muerte de un ser querido



Lo cierto es que no ha habido en mi vida ninguna muerte reciente, gracias a Dios. Solamente he vivido una (qué paradójico, vivir una muerte), pero aún era muy pequeña para comprender lo que eso suponía. Ahora ya lo sé y no puedo hacer nada al respecto.
Creo que la muerte nunca sabe elegir y acaba llevándose a los mejores.Dicen que siempre muere el malvado y sale victorioso el bueno.Eso solo ocurre en la ficción.En la vida real las cosas no son tan justas, y mucho menos la muerte.
Cuando me imagino cómo me sentiría si se me muriese un ser querido, mis pensamientos se tornan negros y crecen en mí la rabia y la tristeza, sentimientos propios de esta situación, como le ocurrió a Miguel Hernández cuando murió su gran amigo Ramón Sijé.
Si pereciese de verdad, mi vida acabaría transformándose a cada instante en dolor y añoranza. Porque cuando quieres a alguien con toda tu alma, ni siquiera la poderosa y destructiva muerte, puede hacer que lo olvides.
Marina García Montoya (3º E.S.O. B)

sábado, 22 de octubre de 2011

El cementerio de los sueños rotos


Qué contrariedad. No había conseguido lo que quería; se le habían torcido las cosas.
Pero, en fin…, tendría más oportunidades, más chicas con las que jugar, más días por delante.
…Y, sin embargo, un nudo en el pecho no cesaba de rondarle el alma. «¿Qué coño me pasa?»

Dani se había encerrado en su cuarto; intentaba respirar, tumbado en el lecho.
-¿Mamá? ¿Mamá, estás ahí?
Alba estaba tirada en el suelo cual trapo mugriento, cubierta de sangre, sudor y lágrimas secas.
-¡MAMAAAÁ!
El niño la zarandeaba, pero ella no respondía de forma alguna; solo… solo mantenía los ojos de par en par.
-¡Mamá… No… No me hagas esto, por favor… No…!- sollozaba.
Aparecía el gordo en la estancia rascándose las greñas con desgana, ebrio aún.
-No montes tanto escándalo; ¡ella se lo ha buscado! -había musitado, intentando que su tono resultara indiferente.
-¡La has matado…! -Dani apretaba los puños.
-Sí, y por eso tengo que irme. Lo siento, hijo, pero no puedo llevarte conmigo y…
-¡No me llames así! Yo no soy tu hijo -había gritado, pronunciando las palabras con determinación, con odio.
-No me guardes rencor, ¿vale? -había reído con sarna-. Al fin y al cabo, ha sido culpa tuya.
-¿CULPA MÍA? -había estallado el crío entre llantos e ira contenida.
-Tú, tú no deberías haber nacido.
Su padre salió por la puerta y desde entonces Dani no había vuelto a saber más de él. A raíz de tal suceso, el pequeño tuvo que apañárselas solo; encontró una casa abandonada que le había servido de morada durante cinco años; se sirvió de sus vecinos para conseguir alimento y más tarde, al cumplir los dieciséis, se valió del trabajo en el taller para subsistir sin tener que rendirle cuentas a nadie. Las cosas que le había contado a Mariola se habían quedado a tres leguas de la realidad; él no sabía lo que era querer y entregarse a alguien, no había conocido amor alguno.
«Mariola…» Dani no quería pensar; enseguida memoraba cómo había obrado esa tarde. «La vida no ha sido justa conmigo, ¿por qué tengo que serlo yo con ella?» -se repetía enrabietado. El solo hecho de imaginar que ella estaría en ese mismo instante derramando lágrimas por él, le retorcía el estómago, pero, aun así, resultaba más frustrante la idea de que un nuevo sentimiento hubiera podido traspasar esa  coraza glacial que había tardado tanto tiempo en construirse.
Dani se dirigió al acantilado para aclarar sus emociones; tenía pensado llamar a Mariola y pedirle perdón.
Al llegar, se deleitó contemplando el mar y las gaviotas, tan ajenas al dolor humano…«Se parecen tanto a ella…» Ahora que se paraba a pensar, Mariola había sido lo único bueno que le había pasado; un ángel. Habían vivido buenos momentos juntos… ¿Quién se había preocupado antes por él? Nadie. ¿Quién lo había apoyado antes de esa forma tan desinteresada? Solo ella...Cada vez le pesaba más el haberse dejado llevar esa tarde por uno de sus subidones. Cogió el móvil y marcó su número. «No la merezco… ». La débil esperanza se disipó justo al escuchar la melodía unos metros por debajo de sus pies.
El cuerpo ensangrentado de Mariola yacía junto a las rocas de la cala donde se había entregado a él por vez primera. La tonalidad violeta que estaba adquiriendo el cielo aportaba a su piel un tinte oscuro y grisáceo. Dani corrió hasta ella; la sacó de allí como pudo, con desesperación; la estrechó entre sus brazos. El miedo le recorría hasta el último poro del cuerpo, haciéndolo estremecer.
-Por favor, Mariola, ¡abre los ojos! Mariola, lo siento… Lo siento mucho. Por favor…Por favor…
Por segunda vez en su vida, Dani volvió a llorar; el acantilado se vio envuelto en el eco de sus gritos desgarrados.
Pum, pum; pum, pum; pum, pum. Qué débil sonaba su corazón ahora; el muy estúpido había quebrantado su única oportunidad de ser feliz. Besó a Mariola en la frente, en la nariz, luego en los labios, sin importar lo amorfo que había quedado su perfil de nácar. Dani intuía que los golpes que ahora lucía en su cuerpo escarlata no habían dolido ni la mitad de lo que su error. Se sintió desfallecer de repente, mientras la idea de una muerte lenta acuciaba su mente. Cerró los ojos y acarició por última vez el rostro de su amada, intentando grabar para siempre ese dulce contacto en la memoria, y la arrastró hasta el mar.
Unos amigos hallaron a Dani en su choza horas después, casi sin aliento. La navaja no había resultado ser tan eficaz como se esperaba; el corte no había profundizado lo suficiente; seguía con vida.
El cielo y el mar eran tan azules que se confundían; el aire era tan puro que depuraba los pulmones. Mariola bailaba desnuda sobre la arena; sus ojos azabache lo contemplaban con recelo.
-¿Mariola? ¿Qué es esto? ¿Estoy muerto?
-Casi.
Una gaviota jugueteaba en torno a su figura; sus pasos se hicieron hueco hasta él.
-No voy a permitirlo.
-Yo… ¡Lo siento tanto…!
Mariola sonrió, situando un dedo índice en su boca llamándolo al silencio.
-Lo sé -Ambos suspiraron; Dani luchaba por contener las lágrimas y el deseo de abrazarla nuevamente-.Hay tres personas que desean que yo sea tu vigía. Me incluyo entre ellas.
-¿Qué? ¿Quiénes?
-Una es tu madre; me ha dado un mensaje para ti -a Dani se le vino el mundo encima al oír eso-. Quiere que sepas que, aunque ella sufrió mucho e injustamente, también supo encontrarle el jugo a su existencia; tú la hiciste la más dichosa. Dani…, no has tenido suerte; la vida te ha criado a base de latigazos, de dolor… ¿vas a dejarte vencer? ¿No vas a demostrarle que puedes ser lo que tú quieras ser? Ese no es el Dani del que yo me enamoré.
-Ni siquiera me conocías…
-Te equivocas; te conocía mejor que tú, pero estaba tan ciega por ti…que ignoré todo sentido común.
-Yo… No me alcanzarán nunca las palabras, Mariola, para pedirte perdón.
Ella esperó a que se le aclarara la garganta y realizara la pregunta que seguía a la cuestión.
-¿Quién…quién es la otra persona?- consiguió preguntar.
-Alguien a quien no llegaste a ver.
-No lo entiendo…
-Yo creo que sí; tu falta fue doble… Y precisamente por ello, debes vivir. Aún no ha llegado tu hora, Dani -de súbito, sintió que se le doblaban las rodillas-.Yo estaré contigo, mi amor, no estás solo.
Todo se tornó negro.
Dolor. Un aguzo pinchazo le atormentaba la sien; parecía que una ametralladora le hubiera fusilado el brazo.
Despertar. Despegó los párpados con pesar; sintiendo que la realidad estaba próxima.
Miedo. Las preguntas empezaron a cruzársele sin previo aviso.
«¡Mariola!»
(Sesenta y cuatro años después)
La mañana estaba húmeda, como de costumbre. Dani fue a llevar flores al acantilado; había reconstruido la cabaña para vivir allí y así poder hacerlo cada día. Era cierto que no había vuelto a estar solo; cada vez que soplaba el viento, Mariola le devolvía esa última caricia que habían compartido en la cala.
Tras su pronta recuperación, se dispuso a realizar estudios de psicología y a buscar nuevas y mejores compañías y un hogar digno. El caso es que terminó trabajando en un Centro de Menores, y su esfuerzo y empeño lo llevaron al cargo de director. Cada vez que contaba su historia a los docentes, había alguna que otra lágrima que se dejaba caer. Dedicó su vida entera a los demás, pero…aun así, nunca sintió sanar del todo las heridas del pasado.
Mientras contemplaba el mar en el mismo sitio en que lo había hecho seis décadas antes, una brisa suave le recorrió el torso y lo hizo estremecer. Dani notó que sus ojos se humedecían al evocar el olor de Mariola, su voz, su risa, su cuerpo. Esta vez no fue necesaria la heroína para volar alto; había llegado su hora.
Mientras, una gaviota se fundía con los rayos del sol sobre el inmenso azul.
Marina Jiménez Saldaña (1º Bachillerato)

La caza del centauro



Un día de un frío invierno, un cazador malvado vio un centauro.
¡Qué!
¡Cómo!
¿Que no sabéis lo que es un centauro?
Pues es muy fácil, es un humano con cuerpo de caballo.
Bueno, pues, como os iba diciendo, el cazador localizó un centauro en lo más alto de una montaña. El centauro por suerte se dio cuenta de que lo había descubierto.
El cazador sabía que no había más de su especie y le pagarían bastante por él. Fue a cazarlo pero no lo encontró. Hizo un segundo intento y esta vez sí lo vio.
Fueron montaña arriba y montaña abajo. Pero como el centauro tenía cuerpo de caballo corrió más. El cazador, sabiendo que no lo podía pillar, dijo: “Si lo mato quedaré como un héroe”.
Así que se compró una escopeta de dos cañones. Fue hacia la montaña para matarlo. Cuando lo vio, comenzó a acecharlo para pegarle un tiro. Cuando ya lo tenía a tiro, el centauro lo vio y empezó a correr. El cazador corrió tras él. El centauro, ya cansado, miró para atrás y, como no venía nadie, se detuvo a descansar. El cazador, como venía de lejos, le pegó un tiro certero pero, aun así, lo dejó herido. Al borde de un precipicio, el centauro ya no podía correr ni nada. El cazador, pensando que estaba indefenso, dijo: “Si lo tiro por el precipicio será más divertido”.
Y así lo hizo.
Pobre centauro que fue arrojado al precipicio, y pobre cazador, que no sabía lo que le esperaba.
Cuando iba a cantar victoria, apareció una manada de centauros, pero el cazador no reaccionó porque tenía su escopeta, y los centauros se horrorizaron. Cuando iba a disparar, resultó que no tenía balas. Los centauros lo arrojaron al precipicio y le hicieron al centauro muerto una estatua en su honor.
Antonio Moreno Vílchez (1º E.S.O. B)

Maltrato a la mujer




Vuelve a casa contento,
pues había aprobado,
abre la puerta y…,
ya es tarde, queda destrozado.
Ve a su padre, con el puño alzado,
se gira, y a su madre,
el rostro ensangrentado,
llena de morados,
y con los ojos hinchados.
Su madre, como podía,
Huye, cariño, le decía.
Que este animal,
solo puede hacerte daño,
y tu vida vale mucho,
solo tienes once años…
El hombre se acerca al niño,
con aspecto tajante,
Piensa:
¿Me lo llevo por delante?
Él intentaba marchar,
su padre le cogía del brazo,
Le dijo: ¡Te voy a matar!
Después le dio un guantazo.
El pequeño pregunta:
¿Mamá, por qué no hablas?
él pide explicaciones,
ella no puede darlas.
Se aferra a su madre,
le da el mayor de los abrazos,
da un profundo suspiro,
Muere entre sus brazos.
El padre queda sorprendido,
pues el pequeño coge un cuchillo,
Se lo hinca en el corazón mientras dice:
¿Por qué esta vida sin sentido?
Su madre era el ángel,
que nunca había volado.
Su padre el diablo
que las alas había cortado.
César Escribano Flores (1º E.S.O. B)