Medea se queja del lugar que ocupa la mujer en la sociedad. Le gusta ser mujer, pero no que por ser mujer se le trate de manera diferente al hombre. No le parece bien que su vida gire en torno a un hombre que seguramente no la valore nada. Por eso expone estas quejas, sabe que nadie las escuchará, y, si las escucha alguien, no le dará importancia; pero las cuenta, cuenta las diferencias entre un hombre y una mujer, las desigualdades que ha creado la sociedad y que no le parecen justas, como a cualquier otra mujer, aunque ella no se calla.
Una mujer siempre es propiedad de alguien, primero de su padre y después del hombre con el que se va a casar. Pero un hombre jamás es propiedad de una mujer. Si una mujer y un hombre se separan, la mala fama va para la mujer. Y si la mujer no está a gusto, no puede salir con amigas, como lo haría un hombre, tiene que quedarse en casa, exenta de peligro..., como dicen los hombres. Todo esto hace que Medea quiera ser hombre y no mujer.
Si todo esto siguiera igual en la situación actual de la mujer, también quisiera ser un hombre. Me parece que en esa época la mujer estaba encarcelada o, aún peor, no tenía libertad de expresión y a esa forma de vida yo no la llamo vivir.
Además me parece muy valiente que Medea se queje de su posición social: no hay derecho a tratar a una mujer así. No digo que la mujer valga más que un hombre, pero tanto tiempo encerrada posiblemente la haya hecho más inteligente, mientras que el hombre, siempre creyéndose mejor que cualquiera de su especie, se ha convertido en todo lo contrario.
Siempre habrá excepciones, como con los tréboles de cuatro hojas.
Sara Ruiz Ibáñez, 1º Bachillerato (Humanidades)
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