Tisbe aguardó junto a la fuente de cielos despejados, que reflejaban la ónix nocturna, tan siniestra, tan inquietante...
A cada minuto la ansiedad era mayor, mas finalmente Píramo llegó al lugar acordado.
Al ver la sangre sucia esparcida sobre danzarina hierba, temió por Tisbe y gritó su nombre sin importarle que la bestia estuviera en las cercanías.
Una sombra acechó, cautelosa, desde la penetrante cueva, y la minúscula figura de Tisbe sorprendió gratamente a Píramo cuando ésta lo estrechó entre sus brazos y se descubrió seguidamente el rostro, tan pálido y hermoso como la luna de aquella noche.
Debido al miedo compartido por la simple idea de no volver a verse, decidieron que era hora de aprovechar su presente, y no esperar más por un futuro imposible.
A la mañana siguiente, el sol brillaba con fuerza.
Ambos se citaron en la misma fuente del día anterior, donde, por fin, dieron rienda suelta al rebelde que llevaban dentro, a su descontrolado amor.
Escaparon, juntos por fin, sin rumbo fijo, en busca de una felicidad que, gracias al fuego de una juventud reprimida, fue posible...
Marina Jiménez Saldaña, 3º E.S.O. A
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