TRISTÁN
Los destellos de su cabello cobrizo dibujaban en la nuca jubilosos garabatos entre sombras; tan rizado y descuidado, que hacía que su naturaleza imparcial resultase hermosa, los mechones se desentendían sobre su áspera frente.
Pobladas y arqueadas eran sus cejas, perfectamente delimitadas, bajo las que se ocultaban unos ojos lindos de amplio iris azul marino, que dejaban entrever su sabiduría y honor característicos.
La nariz, puntiaguda, acompañaba a unos labios finos ligeramente torcidos hacia la derecha, apreciando la ausencia de envejecimiento en su piel morena.
Una cicatriz recorría sinuosa la parte derecha de un perfil casi perfecto.
Tristán era alto y fornido cual caballero de su época, mas sus andares y su tono grave de escasos decibelios complementaban el apodo que ya de por sí había logrado obtener: vencedor de Morholt.
ISEO
Iseo no era la típica princesita despampanante.
Recogía minuciosamente sus dorados cabellos en dos trenzas maltrechas que llegaban hasta su delicada y fina cintura de bailarina.
Sin excesivos adornos o potingues, lucía una tez pálida hermosa, bajo la que destacaban unos relucientes y enormes ojos verdes como el mar.
La nariz era muy chistosa y, ligeramente achatada, parecía la de una muñeca de porcelana esculpida.
Las mejillas se le teñían de fuego al sonreír, con esa sonrisa suya tan cándida y a la vez segura.
Los movimientos de su larga y sencilla falda, siempre en colores fríos y ocres, marcaban dulcemente su escuálida, y de nuevo, casi perfecta figura.
Con sus elogiados andares transmitía la alegría de un día de invierno bajo la luz de la luna, aguardando la llegada de la primavera...
Marina Jiménez Saldaña, 3º E.S.O. A
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