domingo, 5 de febrero de 2012

Carta de amor


Las huellas de mis pasos apenas si quedaban señaladas en el camino de la vida, acompañada únicamente por mi propia soledad, y refugiada en mi interior, con miedo de salir. Pero entonces vi aquel puente, frágil pero seguro, ofreciendo una alternativa, una novedad. Y así fue como supuse que podía comenzar algo en mi vida, cruzando aquel puente, donde la brisa atraía consigo una melodía hermosa que me hacía suspirar. Caminaba tranquilamente, con temor a lo desconocido, esa nueva sensación que ocupaba mi corazón, que latía más y más rápido, sintiéndose libre al fin. Y conforme atravesaba aquella apolínea y cincelada estructura, supe que era el momento y el lugar en que mi alma encajaba a la perfección, como ajustándose a todos los recodos de las bellas figuras esculpidas sobre la superficie marmórea del puente. Allí, nada era capaz de perturbarme de mi felicidad, sencilla y compleja a la vez, por todo aquello que sentía.
Las gotas de lluvia parecían querer acariciarme, incapaces de borrar mi sonrisa, pues el puente me protegía de todo lo malo; notaba cómo su presencia, su perfume, me envolvían. Entonces me di cuenta de que aquel puente, al cual yo había considerado como un tramo más de mi vida, no era sino donde yo debía estar para siempre, pues ese puente eras tú. Y aunque por un instante representaste un futuro al que ir y un pasado del que alejarme, no eres eso; eres mi pasado, mi presente, y mi futuro. Eres con quien quiero sentarme en cualquier puente del mundo y compartir nuestra vida, sonriendo.
Solo, tú.
Elia Giménez Samblás (1º Bachillerato)

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