1ª parte
Sonaba el teléfono:
- ¿Quién es?
- Bla, bla, bla...
- ¡Cómo! ¡Que ha llegado la hora!
- Bla, bla, bla...
- Vale, nos vemos en la estación.
Era invierno del 1956 y estábamos a finales de otoño. El famoso investigador Lasañete de Caneloni iba a coger el expreso que le llevaría de vuelta a Roma después de su último trabajo. Además él estaba deseoso de volver a casa, pero no sabia que le quedaba otro caso por resolver.
-Ummm..., por fin vuelvo a casa -dijo Lasañete.
De repente el altavoz se oyó y dijo:
-¡Señores pasajeros, el expreso número 5 con destino a Roma se ha cancelado! Gracias por su colaboración.
Lasañete fue a informarse por lo ocurrido y se encontró con su buen amigo Pinete Lechuga de la Espinaca. Pinete era un viejo conocido en el caso... Bueno, en realidad no me acuerdo en qué caso.
-¡Anda! ¡Lasañete, viejo amigo! -le dijo.
-¡Hola, Monsieur Pinete! -le contestó.
Pinete se extrañó de verlo allí y preguntó:
-¿Y tú ibas a coger algún tren?
-Si, iba a coger el número 5, ese que va a Roma-contestó.
-Yo también iba a coger ese -dijo Pinete-, pero parece que ha habido algún percance.
-Es verdad, vamos a ver qué ha pasado.
-Hola señores, ¿qué desean? -dijo el revisor.
-¿Qué le ha pasado al tren que iba a Roma? -dijeron al unísono.
-Ohhh... En realidad no le pasa nada, ya pueden entrar en el tren, solo es que saldrá mañana -les contesto.
-Ah, bien, muchas gracias.
Ya cerca del tren Lasañete y Pinete se encontrarían con otro viejo amigo, Monsieur Nino Nilsen. Nino era el capitán del famosísimo barco llamado “El mar de Ish”.
-¡Eh! ¡Eh! -gritó Nino.
Lasañete se giró y dijo:
-Hola, capitán Nino, ¿es que va usted a Roma?
-Pues sí, voy a coger mi barco y me voy a las Islas Baleares. Jo, jo, jo.
Ya dentro del tren...
-Vaya peñazo esto de tener que quedarnos a esperar un día para que el tren salga -dijo Pinete.
-Pues sí, deberían hacer un servicio de emergencia, ja, ja, ja -contestó el viejo capitán.
-... Señores, ¿saben ustedes quién es ese joven que está sentado allí, en la barra?
-Yo sí. Es uno de los ricachones de la zona. Se llama Darío Danchal Lapana -dijo Pinete.
Cada vez iban entrando más y más pasajeros. Algunos conversaban, pero Lasañete se fijó en un grupo de hombres vestidos de negro que tenían unos maletines que parecían estar muy llenos. Todos presentaban un aspecto muy fornido pero Lasañete se acercó y dijo:
-Hola señores ¿Si no es mucho preguntar, me podrían decir lo que llevan en estos maletines?
-Algo que realmente no es de su incumbencia -contestó uno.
-Sí, además somos los guardaespaldas del Monsieur Lapana.
-Ok, muchas gracias señores -les dijo Lasañete.
Ya iba a caer la noche y todos los pasajeros fueron al coche comedor para cenar.
Monsieur Lapana parecía muy nervioso, así que Lasañete pensó que algo iba a pasar esa noche, algo muy importante. Lasañete también se fijó en sus amigos Monsieur Pinete y Nino. ¡Estaban hablando con los guardaespaldas de Monsieur Lapana!
Por fin quedaba menos para volver a Roma, así que Lasañete se acostó pronto...
Pero..., fuera de su habitación se escuchaban unas voces.
-No podemos hacerlo. ¿No ven que hay un investigador en el tren?
-¡No! Lo debemos hacer. Se ha traído todo el dinero.
-Pero, ¿de cuánto dinero hablamos?
-Un millón de euros para cada uno.
-¡Uauuu! Por eso sí vale la pena matarlo.
-Así me gusta... Ja, ja, ja.
Lasañete estaba medio dormido y no escuchó del todo bien. ¿A quién iban a matar? ¿Cuándo? Lasañete no entendía nada, entonces cayo en un profundo sueño.
A la mañana siguiente...
-¡¡Aaaahhhh!! ¡¡ Socorro!! ¡¡Hay un muerto en la habitación contigua a la mía!!-gritó una señorita.
-Tranquilícese, señorita -le dijo el conductor-. ¿Qué es lo que ha visto?
Al haber tranquilizado a esa mujer Lasañete se informó y todos fueron a la habitación del asesinado.
-¿Quién puede haber sido? -decían unos.
-¿Por qué? -preguntaban otros.
Lasañete se acercó y vio que el muerto tenía una gran herida en el estómago y además parecía haber sido apuñalado, y por su cabeza pasaron muchas cosas como las voces que oyó... Cuando hablaban de matar a alguien ¿serían los mismos asesinos? Él no sabía qué hacer, así que pidió permiso al conductor para interrogar a la gente de su coche-pasillo.
2ª parte
La gente iba entrando a la habitación de Lasañete para ser interrogada. La primera fue la señorita que había visto al muerto.
-Pase, pase, señorita -le dijo Lasañete.
-Que sepa que yo no tengo nada que ver con el asesinato -le dijo-. Me ofendería mucho si me acusa como sospechosa.
-... Bien, empecemos -contestó impresionado-. ¿Por qué fue usted a la habitación del muerto a tales horas?
-Iba a tomarme un café cuando vi la puerta de su habitación abierta, me extrañó que la dejara abierta y pregunté si había alguien. Como nadie contestó, decidí entrar y me encontré de cara con el muerto..., y ya está -reveló la señorita.
-Vale, gracias... ¿Me podría dar su nombre, madame? -dijo Lasañete.
-Madame Adela Rodrick -contestó la chica mientras se marchaba.
Pinete estaba allí y le dijo:
-No puedes averiguar nada todavía, ¿verdad?
-Tienes razón, amigo -le dijo-. Por favor, ¿puedes hacer llamar al siguiente?
Antes de que Pinete se levantase ya había entrado un grupo de hombres... ¡Eran los guardaespaldas de Monsieur Lapana!
-Hola, señores -les dijo-. ¿Nombres?
-Preferimos mantenernos en el anonimato -dijo uno.
-Hemos fallado a nuestro jefe -dijo otro con una leve sonrisa.
Lasañete se fijó en el gesto de aquel hombre y lo apuntó en su memoria.
-Vale..., pasemos al interrogatorio. ¿Cómo se llevaban ustedes con su jefe?
-No solíamos hablar mucho con él -dijo el que parecía el jefe entre ellos-, nos decía que lo defendiésemos a muerte.
-¿Cuánto os pagaba? -preguntó Lasañete.
-Muy poco, eso sí es verdad -dijeron al unísono-, pero nos pagaba los hoteles donde él se establecía.
-Y vosotros, ¿qué hacíais a la hora del crimen?
-Proteger la puerta de nuestro jefe por turnos -dijo.
-Pues no parece que la defendieseis muy bien -les advirtió.
-El asesino se tuvo que colar en el momento de cambio -dijeron-. No había otro momento.
-Bueno, creo con esto será suficiente. Muchas gracias, señores.
Rápido como un trueno entró el conductor y dijo:
-Su amigo, el capitán Nino, está gritando a los cuatro vientos que es rico. Está borracho.
Salieron corriendo de la habitación y fueron al coche comedor. Allí estaba Nino bailando y cantando que era rico con la botella de coñac en la mano.
-¡Nino! ¡Nino! ¿Qué haces? Para ya. ¿Qué ha pasado? -dijo Pinete.
-Pinete... ¡Somos ricos! Ja, ja, ja
-Dadle una tisana, debo interrogarle.
Ya con Nino tranquilizado, en la habitación de Lasañete empezó el interrogatorio.
-Nino, ¿por qué decías que eras rico? -dijo Lasañete
-Ehh... - dijo dudoso-, no lo sé.
-¿Qué hacías a la hora del crimen?
-Dormir -contestó nervioso.
-Pinete, siéntate con él, por favor -dijo Lasañete.
-¿Qué hacíais a la hora de cenar? Os vi con los guardaespaldas de Monsieur Lapana.
Los dos titubearon y al final Pinete contestó:
-Estábamos invitándolos a unas copas para levantar el ánimo.
-Cuando nos sacaron el tema de por qué estábamos con ellos -reveló Nino.
-Vale. ¿Y alguno de vosotros me puede explicar las voces que oí la primera noche cuando subimos al tren, la noche del asesinato? -dijo Lasañete.
-...No, no tenemos nada que decir al respecto -dijo Pinete.
-Yo sí -contestó Nino-, yo también lo oí.
-¿Cómo lo escuchaste si estabas a 3 habitaciones de la mía? -preguntó Lasañete.
-... Amigo, creo que soy lo bastante amigo tuyo como para que creas que no te miento -dijo Nino.
-Podéis marcharos, ya tengo la solución al caso.
Pinete y Nino se marcharon, nadie sabía lo que pasaría. De repente el conductor ordenó que todos los pasajeros del tren fueran al coche comedor para averiguar la respuesta del investigador Lasañete de Caneloni.
-Señoras, señores yo ya sé quién ha sido el asesino, o asesinos, pero me gustaría darles una última oportunidad... Si los asesinos quieren salir y revelarse.
Nadie salía, así que Lasañete dijo:
-Vale, si nadie sale expondré mis hipótesis... Yo creo que los asesinos, porque eran varios, tenían una razón para matar a Monsieur Lapana. Esta razón sería todo su dinero. Para qué lo utilizarían, no lo sé, pero ya que los asesinos van en este tren y ya que todos van de camino a Roma, lo más seguro es que vayan a ver a sus familias o a recuperar lo que es suyo. Los asesinos tuvieron que ir entrando de uno en uno, pero alguien les dejó pasar. Los guardaespaldas de Monsieur Lapana tal vez se despistaron en el cambio, pero pensemos, ¿y si ellos eran parte de los asesinos? Decían en su testimonio que su amo les pagaba poco y, al ser sus guardaespaldas, podrían estar muy cerca de él e informarse de sus movimientos.
Pero ellos solos no podían completar el asesinato ya que, si lo hacían solos, se llevarían grandes cantidades de dinero y sospecharían de ellos, por tanto había más asesinos. Capitán Nino, ¿por qué pensaba usted que yo le iba a creer? Aunque seamos amigos, aquí todos son sospechosos, hasta usted. ¿Confió en que le quitaría de mi lista? Bueno, pues pienso que usted también es uno de los asesinos.
Ahora también debería haber otro asesino que fuese el cerebro de la partida, alguien inteligente, alguien como Monsieur Pinete. Me preguntabas cómo iba en la investigación y te quitaste de encima todos los cargos pero no se me escapó una.
Yo creo que ya he terminado de hablar. ¿Tengo razón?
-Sí -dijo Pinete sin rechistar.
-Sí -contestó furioso el capitán.
-Sí -respondieron los guardaespaldas del muerto.
-Vale, pues me retiro, el caso ha terminado.
FIN
EPÍLOGO
Después de algún tiempo se supo que todos los asesinos estuvieron en la cárcel durante 20 años. El capitán Nino murió en la cárcel pero Monsieur Pinete Lechuga Espinaca salió de ella y se dedicó a pintar cuadros en su casa en Galicia, España.
De los guardaespaldas de Monsieur Lapana no se supo nada, solo que fueron enviados a un ejército ruso. El famoso investigador fue siguiendo la pista de varios robos en galerías de arte o algún que otro caso que la policía no supo resolver.
Alejandro Camús Valdivieso (1º E.S.O. B)
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