domingo, 26 de octubre de 2014

El diluvio


Cuentan los mitos que fue Zeus, dios del Olimpo, quien provocó aquel diluvio que inundó nuestro mundo hasta el pico más alto salvando sólo a Prometeo y su familia, los únicos que realmente complacieron a los dioses y no se dieron al vicio y la vida sin preocupaciones olvidándose por completo de a quién debían agradecérselo.
¿Qué hizo Zeus con aquellos que creó y no le dieron lo que él esperaba?
¿Quién es Zeus sino un simple dios?
¿Y qué es un dios?
Un dios no es más que la unión de las almas que él mismo necesita y, que si no le dan lo que pretende, decide o no deshacerse de ellas.
Por lo tanto, ¿qué somos nosotros?
Nosotros somos nuestros propios y únicos dioses en realidad; los que, si no somos capaces de crear en nuestro interior lo que nos llene y complazca, tenemos el poder de destruir todo a nuestro paso y quedarnos solos, o discernir nuestros propios sentimientos e inundar aquellos que nos oprimen el pecho y nos impiden respirar.

Resuena el llanto del recién nacido.
Resuena el placer en la garganta
de los que se entregaron al vicio.
Resuena el silencio,
lienzo en blanco infestado de oportunidades
heredado de aquella lluvia mortífera.
A lo lejos aún se las escucha,
voces de las musas que están escribiendo esto.
Voces que se ahogan
tras de los gritos moribundos
de los que celebran el libertinaje;
desagradecidos.
Así como el ave fénix renace de sus cenizas
ellos provocan su destrucción y recreación.
Así es como quieren ser.
mireya issa morel, 1º sh

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