domingo, 15 de enero de 2012

¿Quién te ha dado permiso?


     -¿Quién te ha dado permiso para dejarme en ridículo, dirigirme la palabra, tocarme, escupirme? ¿Qué haces?
     ¿Por qué te ocultas tras la faceta de fuerte, al atacar al débil? Te das cuenta, ¿no? Puto hipócrita.
     Te has equivocado, pagarás... Caro.
     A mediados de diciembre, un día, cercano a la Navidad, Luis apareció atado a una farola apenas a veinte metros del campo de fútbol municipal. Su ropa y sus sesos estaban esparcidos por la acera. Las mujeres chillaban, los hombres palidecían y a las doce de la noche, ya se habían llevado al muerto. Los periodistas y la televisión grababan el momento y la policía ya había conducido al asesino a comisaría. Rodrigo era el culpable. Rodrigo, de dieciséis años, se esposó al cadáver, el muy sádico, a esperar a que lo encontraran. Repetía y repetía que se había equivocado, que no volvería a meterse con Luis nunca más. Estaba fuera de sí.
     Luis esperó a que Rodrigo apareciera, tras el entrenamiento, como cada noche. Con su estúpida equipación y con la estúpida intención de regresar a su estúpida casa. Allí estaba él, subiendo la calle, solo. Sus amigos no lo acompañaban, pues sus casas estaban lejanas. Él iba solo, como cada noche.
     Rodrigo vio a Luis. No le dijo nada, se rio. Cogió una piedra y se la lanzó a la cabeza. Luis cayó al suelo, pero su rostro no expresaba dolor, más bien... Más bien victoria.
     Se levantó y, se aproximó a Rodrigo, el cual, debido su extraño, repentino y valiente comportamiento estaba bastante asustado. Luis sacó de su negra mochila… ¡una pistola!
     -¡Hijo de puta! ¿De dónde coño la has sacado? –Gritó con toda la fuerza de su testosterona.
     Luis apretó con toda su fuerza el arma contra el vientre de Rodrigo.
     Ahora Rodrigo no le gritaba, pues era incapaz de pronunciar palabra.
     Luis obligó a Rodrigo a aproximarse a una farola, le entregó una cuerda y le dijo:
     -Átame.
     Una vez atado, Luis sacó unas esposas, que les unieron a Rodrigo y a él.
     Después, le entregó la pistola a Rodrigo, hizo una mueca burlona y susurró...
     -Mátame.
     Rodrigo no contestó.
     -Mátame.
     -No -dijo Rodrigo. Más que decir, espiró de forma seca un aire que trataba de contener.
     -Me has hecho la vida imposible. Por tu culpa, no tengo amigos. Por tu culpa, vivir en la familia en que vivo es más doloroso de lo que es de por sí. Por tu culpa, nadie me acepta por ser diferente. Por tu culpa, no puedo salir a la calle, ya que todos me conocen por ser tu enemigo y me apedrean por ello. Me has pegado tantas veces que me he quedado medio sordo. Me has insultado tanto que te aborrezco. Me has roto los libros, las libretas, los deseos de ser buen estudiante... ¿Te acuerdas de esa vez en que me hiciste llorar durante dos semanas seguidas? Y no puedo escapar de ti, no puedo, pues al llegar a mi casa nada es diferente. Mi padre es alguien como tú, y mi madre no parece existir, ha sido consumida por la sombra de mi padre, que me maltrata tanto que no sé elegir entre mi hogar y mi escuela. Me has jodido bien jodido, me has hecho pasar cuatro años horribles de tortura. Y, por una vez que puedes hacerme un favor, y arreglar lo que has hecho conmigo... ¿No quieres hacerlo?
Rodrigo lloraba. Estaba llorando de golpe las dos semanas que lloró Luis aquella vez.
     -Te he dado una oportunidad... Tendré que apañármelas yo mismo.
     Luis le arrebató la pistola, y se disparó él mismo en medio de la frente.
 
MARÍA MONTERO CURIEL (3º E.S.O. A)

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