Vosotros, los que leéis, aún estáis entre los vivos, pero yo habré entrado en el mundo de las sombras.
Una noche de invierno, junto con mis amigos, nos fuimos a pasar un fin de semana a una cabaña en el bosque. Todo iba bien hasta que, de pronto, oímos un gran estruendo. Nerviosos, salimos fuera, pero no había nada, sólo la oscuridad que envolvía las hojas de los árboles. Seguimos observando unos segundos y ¡otra vez! Los ruidos no cesaban, pero ahora era dentro de la cabaña. Sin pensarlo, y con mucha adrenalina, entramos. Las puertas se cerraron, las ventanas se resquebrajaron y una espesa oscuridad invadió hasta el último recoveco de la cabaña. Al principio era divertido, pero esto pasó de castaño oscuro. No veía a mis amigos, estaba desesperado. Yo chillaba y ellos me contestaban, hasta que nadie dijo nada. Todo estaba en silencio. Mi objetivo era buscar cómo salir de allí, pero no se veía nada. Os preguntaréis: ¿qué sentiste? Miedo, terror, puede que sí, pero sobre todo, frustración por no encontrar a mis amigos, por no encontrar salida, por estar solo frente a esa oscuridad que no tenía fin e invadía mi corazón. Fuese lo que fuese lo que había ahí dentro, quería que muriera después de volverme loco: Oía las voces de mis amigos, veía imágenes con mis mejores recuerdos junto a ellos y mi familia, y al final, me fundí con la sombra. Escribí esto para que se conozca lo que me ocurrió. Tened cuidado los que vayáis de excursión con los amigos, pues nunca se sabe lo que está escrito en la línea del tiempo.
Manuel Camacho López, 4º E.S.O. A
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