Era una noche tormentosa. Helena, como cada noche, leía uno de sus libros favoritos acostada en la cama. La noche era horrible: truenos, relámpagos y una lluvia fortísima hacían que fuese una noche ideal para que los vampiros saliesen a la caza… ¡Vampiros! Uf, eso era algo que a Helena le daba mucho miedo.
Dentro de su habitación había un ambiente cálido. Ella estaba tumbada y relajada sobre su cama, tapada por su edredón de plumas. La luz de su pequeña lamparita iluminaba tenuemente su lectura, y ella no podía quitarle los ojos de encima a ésta. […]
De repente, el desafortunado chico se vio solo en la calle. Nadie había ya en ninguna casa, y la noche era oscura y tormentosa. En ese momento se oyó un ruido. El chico, asustado, corría sin parar y sin destino alguno.
Sombras se cruzaban en el camino y pasaban sigilosas tras los coches y arbustos. El chico estaba realmente asustado…
De repente, pudo divisar su casa a lo lejos. Corriendo como nunca, llegó y tocó a la puerta. Nadie le respondía. Las luces estaban apagadas, así que decidió entrar por la ventana de la cocina, que tenía un defecto. Raudo, subió a la planta de arriba y fue a su habitación. Se cambió y se encaminó a la habitación de sus padres. Nadie había allí tampoco. Acto seguido, se dirigió a la habitación de su hermana y tocó a la puerta. Su hermana dejó su lectura y le abrió.
-Helena, me ha pasado una cosa rarísima. Esta noche, duermo contigo.
Elia Giménez Samblás, 3º E.S.O. A
No hay comentarios:
Publicar un comentario