jueves, 26 de noviembre de 2009

Día contra la violencia sobre las mujeres: Carta a un maltratador


¿Puedes seguir viviendo? ¿Eres capaz de seguir mirándote al espejo? Sí, tu respuesta sería que sí, porque lo que has hecho no es “nada importante”, algo cotidiano pero que ha llegado más lejos de lo normal. En cambio, mi respuesta es NO. Lo que has hecho no tiene nombre. Recuerdo aquel 12 de junio, mamá me ayudaba a realizar unas tareas del colegio, ella parecía triste, no sabía lo que pasaba, pero yo sí. Estaba triste por TI. Por temor a que volvieras otra vez y le relataras cómo habías estado con otra mujer, como tantas y tantas veces habías hecho. Es algo que sigo sin entender, ni después de haber pasado a la otra vida. Mamá estaba atada de pies y manos, prisionera de tus caprichos, de tus manías, prisionera de ti. Pero no le quedaba otra. Ella no trabajaba y era la vida “que le había tocado”. Luego estaba yo, un niño de seis años, en su plena infancia, en la edad de ser feliz, en la edad en la que no tienes obligaciones y la vida te parece un juego. ¿Pero yo era así? No chaval, no. Tú me jodiste la infancia, me jodiste a mí y jodiste a mi madre. Un niño de seis años que no tiene que ver lo que yo tuve que presenciar desde que nací. Bueno, a lo que iba, que cuando me pongo a recordar lo hijo de puta que fuiste, puedo rellenar folios y folios.

Mamá me ayudaba con esos ejercicios de matemáticas cuando tú saliste de la habitación, parecías más gilipollas de lo normal… ¡Ah, perdón! Era materialmente imposible batir tu récord personal. Te acercaste a mamá, la levantaste de un empujón y le empezaste a gritar. Aquellas crueles palabras calaron hondo en mi interior. Ella te dijo que por favor la dejaras. No le hiciste caso. Ella me cogió y bisbiseó como pudo que antes de que la cosa llegara más lejos prefería ir a dar un paseo conmigo para relajar el ambiente. Abrió la puerta y nada más salir noté cómo mamá me soltaba de la mano, tú la zarandeaste mientras ella intentaba zafarse de ti. La última imagen que tengo de mi madre, de la mujer que me trajo al mundo, es que de ella desplomada, abatida, MUERTA en aquel rellano. “¡Mamá, mamá!”, gritaba yo. ¡Cuán inocente de mí pensando que ella podría responderme algún día! Yo te empecé a gritar, a darte patadas, de un puñetazo me hiciste entrar a la casa, mientras veía aquel charco de sangre que inundaba el felpudo. Ya dentro, me paraste los pies de un momento. No pude terminar la frase que quería decir cuando ya no me sentía a mí mismo, notaba que volaba a otro lugar lejos de aquel infierno, de aquel horror en el que habías convertido mi infancia. Pero es algo que no puedo reprimir y aunque sea después de muerto, te lo voy a decir claro y sin rodeos: ¡Padre, muérete!

Yeray Escribano Flores, 4º E.S.O. B

Azahara Sánchez Escobar, 4º E.S.O. B

Anastasia Simonova, 4º E.S.O. B

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