Iseo: Su cabello era del color de los finos rayos del amanecer que atraviesan una ventana en un día frío de primavera. Finos trazos de un lápiz en manos de un maestro pintor son sus cejas. Sus ojos, dos luceros brillando solos en la oscuridad de la noche al lado de su nariz, esbelta como el pico de una montaña en cuya falda dos cuevas sin luz yacen solas. Orejas, puertas del sonido que se cierran ante mis súplicas. Sus dientes, blancos como una cordillera nevada. Su cuello delicado y suave como los movimientos de una hoja que cae del árbol a causa del otoño, y sus senos, bonitos como ver a una madre dar a su hijo recién nacido un beso en la mejilla.
Rafael José Montesinos Hernández
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