Esas señales que ponen tu piel de gallina, hacen que la sangre suba a tus mejillas para colorearlas de un dulce color rosado; esas que cortan tu aliento y paran el sonido de tu voz; esas que te hacen sentir el aire como agua ardiendo donde puedes nadar sin temor a ahogarte; esas reacciones que aparecen con una simple sonrisa, una palabra o un recuerdo, no las experimenta tu cuerpo aunque así lo creas. Es un pequeño grandioso ser que habita en los confines de tu interior. No tiene cuerpo, pero se apodera del tuyo para hacer de las sensaciones una melodía celestial. No son las partes de tu cuerpo la raíz de esos sentimientos. El origen está en el alma, la gran creadora y destructora, la ciega e iluminadora, la invisible y la omnipresente. Ella es la que te domina. Esto es lo que Gloria quería decir con esta obra, que no se ama con el cuerpo sino con el alma.
Marina García Montoya (3º E.S.O. A)
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