domingo, 21 de noviembre de 2010

Un folio en blanco



Era una mañana fría de invierno, toda la gente que me rodeaba llevaba sobre su torso gruesos abrigos para protegerse de aquel clima tan insoportable. Al entrar en el aula, me refugié en mi pupitre para disponerme a realizar correctamente mi examen.
De pronto, unos nervios recorren mi cuerpo cuando la profesora de la asignatura de la que nos vamos a examinar se dispone a repartir a cada alumno su debido folio para rellenar. No supe cómo reaccionar cuando tuve mi examen delante de mis propios ojos y me quedé en blanco como la nieve sobre la montaña.
Entonces rompí a sudar y pensé que en ese momento sólo me quedaban dos opciones. Hacer trampas y copiarme de algún compañero cercano, o dejar el examen en blanco y suspender. Había una tercera opción, podría rellenarlo de forma incorrecta pero eso sólo me valdría para entretenerme durante la hora de la prueba.
Enseguida supe qué hacer: mandé una nota al alumno que había situado a mi lado derecho. Buscaba desesperadamente su ayuda… En esos momentos, la profesional de la enseñanza “pilló” con las manos en la masa a mi compañero y, confundida y atónita ante el hecho, estaba dispuesta a suspender al inocente; pero, gracias a Dios, no me tembló la voz para delatarme a mí mismo, por miedo al cargo de conciencia que estaría dándome remordimientos durante la larga noche que pasaría, en la que sólo me acompañaría para dormir mi sentimiento de culpa. Gracias a mi valentía, aquella enemiga no sería mi compañera de habitación durante la oscura y terrorífica noche en que no habría pegado ojo.
El final de esta historia se resolvió con el fracaso de mi esperado examen, pero con la esperanza de que aquel estudioso alumno pudiera aprobar, ya que yo no fui capaz de hacerlo.
nota: Esta historia es totalmente ficticia, nunca he copiado y mucho menos poniendo en compromiso a ningún compañero.
Alberto López Jiménez, 1º de Bachillerato (Sociales)

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