martes, 1 de noviembre de 2011

Retrato de un ser misterioso



No tiene nombre, no tiene miedo, no tiene cariño. Tampoco, piedad ni clemencia con ninguno. No es una persona ni un animal. Es un ser que aparece y desaparece en la oscuridad. Sólo ve, nota, escucha, siente y acecha a su presa. De ella no se separa hasta que la atrapa con sus fauces y le da caza. No puedes ver nada, únicamente sientes el silencio que arrastra consigo.
Su cuerpo es de un metro de alto y uno y medio de largo, pero su cola mide dos metros. Lo primero en lo que te fijas es en sus ojos. Sus pupilas, con la forma de las de un gato, son de color rojo sangre, como las puertas abiertas del infierno. Su boca contiene cuatro colmillos que sobresalen de su mandíbula; dos abajo y dos arriba que le sirven para degollar, asfixiar y despedazar a su presa. Su nariz es como la de un león, de color negro. Sus orejas parecen las de un Pastor Alemán y un tigre, acabadas en punta. Su torso está fragmentado en secciones como el de un dragón: liso y muy duro, de color gris. Su cola larga acaba en pelo de tonalidad gris perla. Sus patas son proporcionales a su cuerpo: robustas, con afiladísimas y largas garras negras para destrozar a su presa. Su piel es de metal duro y áspero, puntiagudo, doblado hacia un lado, como el pelo de un animal.
Esta criatura puede correr más que un leopardo, puede dar unos saltos más grandes que el canguro, tener más fuerza que el propio elefante africano y pesar como dos vacas juntas.
Produce una sensación de vacío que genera frialdad. No da sensación de cachorro querido ni de gatito lindo que se acerca a ti para que lo acaricies, no, solo proporcionará una muerte lenta y dolorosa, sin perdón ninguno; solo reflejará en sus ojos tu miedo más profundo. Algún día irá a por ti y, cuando lo haga, contemplarás a la muerte propia.
Esther Ruiz Ibáñez (3º E.S.O. A)

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