Hacía frío en los Balcanes. Desde allí podía ver el Danubio, con su inmenso caudal y su vasta longitud a lo largo de aquel profundo valle. La vegetación era escasa. Predominaban los matorrales y algún que otro encinar. Aquel territorio estaba bastante despoblado y el sol todavía no había salido.
De repente, comenzó a llover. Era una lluvia densa. Decidí resguardarme en uno de los pocos árboles cercanos al río. Una vez allí, pude oír los pequeños chapoteos de los peces que parecían buscar un rincón donde protegerse de la intensa lluvia. Las horas se hacían largas y me cansé de esperar. Caminé río arriba. Conforme ascendía, hacía aún más frío y las encinas escaseaban.
Una vez en la ladera, llena de nogales y robles, me senté a contemplar el paisaje, ya que apenas llovía en esa zona que era la más alta. Pocos segundos después de sentarme, sentí una gélida textura en mis manos: estaba nevando.
Francisco Miguel Ruiz Ibáñez (3º E.S.O. A)
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