Aquella triste mañana
sentí el fuego en mi garganta,
el rojo cráter vertía
su lava que me abrasaba.
Mil lágrimas acudieron
y el dolor no las dejaba
detener en ese instante
la destrucción de mi alma.
El tiempo pasó deprisa,
ahora no siento nada,
acostada en las arenas
de liberadora playa.
Los luceros de la noche
son alfileres de plata
que alumbran la oscuridad
en que me hallo sepultada.
Un día, igual que otro día,
la eternidad es mi casa.
El amor sigue impregnando
cada partícula aislada.
¡No quiero resurrección!
¡No quiero ver más tu cara!
Macarena Linde Mora (1º Bachillerato)
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