sábado, 22 de octubre de 2011

El cementerio de los sueños rotos


Qué contrariedad. No había conseguido lo que quería; se le habían torcido las cosas.
Pero, en fin…, tendría más oportunidades, más chicas con las que jugar, más días por delante.
…Y, sin embargo, un nudo en el pecho no cesaba de rondarle el alma. «¿Qué coño me pasa?»

Dani se había encerrado en su cuarto; intentaba respirar, tumbado en el lecho.
-¿Mamá? ¿Mamá, estás ahí?
Alba estaba tirada en el suelo cual trapo mugriento, cubierta de sangre, sudor y lágrimas secas.
-¡MAMAAAÁ!
El niño la zarandeaba, pero ella no respondía de forma alguna; solo… solo mantenía los ojos de par en par.
-¡Mamá… No… No me hagas esto, por favor… No…!- sollozaba.
Aparecía el gordo en la estancia rascándose las greñas con desgana, ebrio aún.
-No montes tanto escándalo; ¡ella se lo ha buscado! -había musitado, intentando que su tono resultara indiferente.
-¡La has matado…! -Dani apretaba los puños.
-Sí, y por eso tengo que irme. Lo siento, hijo, pero no puedo llevarte conmigo y…
-¡No me llames así! Yo no soy tu hijo -había gritado, pronunciando las palabras con determinación, con odio.
-No me guardes rencor, ¿vale? -había reído con sarna-. Al fin y al cabo, ha sido culpa tuya.
-¿CULPA MÍA? -había estallado el crío entre llantos e ira contenida.
-Tú, tú no deberías haber nacido.
Su padre salió por la puerta y desde entonces Dani no había vuelto a saber más de él. A raíz de tal suceso, el pequeño tuvo que apañárselas solo; encontró una casa abandonada que le había servido de morada durante cinco años; se sirvió de sus vecinos para conseguir alimento y más tarde, al cumplir los dieciséis, se valió del trabajo en el taller para subsistir sin tener que rendirle cuentas a nadie. Las cosas que le había contado a Mariola se habían quedado a tres leguas de la realidad; él no sabía lo que era querer y entregarse a alguien, no había conocido amor alguno.
«Mariola…» Dani no quería pensar; enseguida memoraba cómo había obrado esa tarde. «La vida no ha sido justa conmigo, ¿por qué tengo que serlo yo con ella?» -se repetía enrabietado. El solo hecho de imaginar que ella estaría en ese mismo instante derramando lágrimas por él, le retorcía el estómago, pero, aun así, resultaba más frustrante la idea de que un nuevo sentimiento hubiera podido traspasar esa  coraza glacial que había tardado tanto tiempo en construirse.
Dani se dirigió al acantilado para aclarar sus emociones; tenía pensado llamar a Mariola y pedirle perdón.
Al llegar, se deleitó contemplando el mar y las gaviotas, tan ajenas al dolor humano…«Se parecen tanto a ella…» Ahora que se paraba a pensar, Mariola había sido lo único bueno que le había pasado; un ángel. Habían vivido buenos momentos juntos… ¿Quién se había preocupado antes por él? Nadie. ¿Quién lo había apoyado antes de esa forma tan desinteresada? Solo ella...Cada vez le pesaba más el haberse dejado llevar esa tarde por uno de sus subidones. Cogió el móvil y marcó su número. «No la merezco… ». La débil esperanza se disipó justo al escuchar la melodía unos metros por debajo de sus pies.
El cuerpo ensangrentado de Mariola yacía junto a las rocas de la cala donde se había entregado a él por vez primera. La tonalidad violeta que estaba adquiriendo el cielo aportaba a su piel un tinte oscuro y grisáceo. Dani corrió hasta ella; la sacó de allí como pudo, con desesperación; la estrechó entre sus brazos. El miedo le recorría hasta el último poro del cuerpo, haciéndolo estremecer.
-Por favor, Mariola, ¡abre los ojos! Mariola, lo siento… Lo siento mucho. Por favor…Por favor…
Por segunda vez en su vida, Dani volvió a llorar; el acantilado se vio envuelto en el eco de sus gritos desgarrados.
Pum, pum; pum, pum; pum, pum. Qué débil sonaba su corazón ahora; el muy estúpido había quebrantado su única oportunidad de ser feliz. Besó a Mariola en la frente, en la nariz, luego en los labios, sin importar lo amorfo que había quedado su perfil de nácar. Dani intuía que los golpes que ahora lucía en su cuerpo escarlata no habían dolido ni la mitad de lo que su error. Se sintió desfallecer de repente, mientras la idea de una muerte lenta acuciaba su mente. Cerró los ojos y acarició por última vez el rostro de su amada, intentando grabar para siempre ese dulce contacto en la memoria, y la arrastró hasta el mar.
Unos amigos hallaron a Dani en su choza horas después, casi sin aliento. La navaja no había resultado ser tan eficaz como se esperaba; el corte no había profundizado lo suficiente; seguía con vida.
El cielo y el mar eran tan azules que se confundían; el aire era tan puro que depuraba los pulmones. Mariola bailaba desnuda sobre la arena; sus ojos azabache lo contemplaban con recelo.
-¿Mariola? ¿Qué es esto? ¿Estoy muerto?
-Casi.
Una gaviota jugueteaba en torno a su figura; sus pasos se hicieron hueco hasta él.
-No voy a permitirlo.
-Yo… ¡Lo siento tanto…!
Mariola sonrió, situando un dedo índice en su boca llamándolo al silencio.
-Lo sé -Ambos suspiraron; Dani luchaba por contener las lágrimas y el deseo de abrazarla nuevamente-.Hay tres personas que desean que yo sea tu vigía. Me incluyo entre ellas.
-¿Qué? ¿Quiénes?
-Una es tu madre; me ha dado un mensaje para ti -a Dani se le vino el mundo encima al oír eso-. Quiere que sepas que, aunque ella sufrió mucho e injustamente, también supo encontrarle el jugo a su existencia; tú la hiciste la más dichosa. Dani…, no has tenido suerte; la vida te ha criado a base de latigazos, de dolor… ¿vas a dejarte vencer? ¿No vas a demostrarle que puedes ser lo que tú quieras ser? Ese no es el Dani del que yo me enamoré.
-Ni siquiera me conocías…
-Te equivocas; te conocía mejor que tú, pero estaba tan ciega por ti…que ignoré todo sentido común.
-Yo… No me alcanzarán nunca las palabras, Mariola, para pedirte perdón.
Ella esperó a que se le aclarara la garganta y realizara la pregunta que seguía a la cuestión.
-¿Quién…quién es la otra persona?- consiguió preguntar.
-Alguien a quien no llegaste a ver.
-No lo entiendo…
-Yo creo que sí; tu falta fue doble… Y precisamente por ello, debes vivir. Aún no ha llegado tu hora, Dani -de súbito, sintió que se le doblaban las rodillas-.Yo estaré contigo, mi amor, no estás solo.
Todo se tornó negro.
Dolor. Un aguzo pinchazo le atormentaba la sien; parecía que una ametralladora le hubiera fusilado el brazo.
Despertar. Despegó los párpados con pesar; sintiendo que la realidad estaba próxima.
Miedo. Las preguntas empezaron a cruzársele sin previo aviso.
«¡Mariola!»
(Sesenta y cuatro años después)
La mañana estaba húmeda, como de costumbre. Dani fue a llevar flores al acantilado; había reconstruido la cabaña para vivir allí y así poder hacerlo cada día. Era cierto que no había vuelto a estar solo; cada vez que soplaba el viento, Mariola le devolvía esa última caricia que habían compartido en la cala.
Tras su pronta recuperación, se dispuso a realizar estudios de psicología y a buscar nuevas y mejores compañías y un hogar digno. El caso es que terminó trabajando en un Centro de Menores, y su esfuerzo y empeño lo llevaron al cargo de director. Cada vez que contaba su historia a los docentes, había alguna que otra lágrima que se dejaba caer. Dedicó su vida entera a los demás, pero…aun así, nunca sintió sanar del todo las heridas del pasado.
Mientras contemplaba el mar en el mismo sitio en que lo había hecho seis décadas antes, una brisa suave le recorrió el torso y lo hizo estremecer. Dani notó que sus ojos se humedecían al evocar el olor de Mariola, su voz, su risa, su cuerpo. Esta vez no fue necesaria la heroína para volar alto; había llegado su hora.
Mientras, una gaviota se fundía con los rayos del sol sobre el inmenso azul.
Marina Jiménez Saldaña (1º Bachillerato)

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