miércoles, 27 de octubre de 2010

El sueño trágico de Kim



Ya llegó de nuevo, una larga y pesada semana, empezando por el lunes, día en el que, como siempre, debería asistir a una reunión.
-Sí, sí, con una llamada se soluciona todo.- Respondía Kim, al problema de su empresa.
Kim era una empresaria muy importante para los suyos. Trabajaba, excepto domingos, dieciséis horas al día, con solo unas vacaciones de unos quince días, y con un sueldo un poco ajustado, más de lo normal, para mantener a un hijo de tan solo cinco años. Mujer de cuarenta años, era viuda, o al menos eso se creía, ya que su marido había desaparecido hacía ya tres años, aunque todavía continuaban las esperanzas de que un día apareciera.
Una mañana inesperada recibieron una carta, la primera carta de verdad en cinco meses. Era una carta diferente a las demás. La última que recibió fue para confirmar el fallecimiento de la abuela del chiquillo, madre de Kim.
-Mamá, la carta dice: “Si quieres ver a tu marido, ven a la calle Alondra 22. Anónimo.”
La madre, como loca, no sabía si desconfiar de aquello, ya que la desaparición de su marido había ocurrido hacía tres años, o si creerlo porque todavía quedaba una pequeña posibilidad de encontrarlo con vida. Ambas ideas le sembraron la duda. Lo único que pensó después de plantearse esas cuestiones, fue que si quedaba todavía esa pequeña posibilidad de encontrar a su marido, ella lo intentaría.
Identificó muy rápidamente esa dirección. Era una calle muy bonita, en la que se conocieron por primera vez Kim y su marido, un raro lugar para que se produjera un nuevo amor. Pensó en que podía haber sido una coincidencia, o tal vez no. Se dirigían allí con la esperanza de cambiar sus vidas, tan diferentes desde la desaparición de Troy.
-¿Mamá, de verdad que vamos a volver a ver a papá después de estos años?-Decía el chiquillo.
Kim se mantenía en silencio con la respuesta que se guardaba en el interior sobre la pregunta que le había formulado su hijo. Cuando llegaron, aquello estaba desierto, como si hubiese sido abandonado hacía ya unos años.
Dos hombres, se acercaron sigilosamente por detrás, dos hombres con el ceño fruncido, dos hombres que si se observaban, eran parecidos a los de la mafia, dos hombres que cogieron a Kim y a su hijo, les pusieron rápidamente vendas, y los llevaron a que entraran en un extraño coche extranjero, color azul, más bien oscuro, con unos años de antigüedad. Muy extrañados, gritaban y lloraban, sobre todo el chico, que quería salir de ahí.
-¡Mamá!, ¿quiénes son estos hombres?, ¿qué quieren de nosotros?- Gritaba el niño, con un llanto escalofriante.
-Tranquilo hijo, no te preocupes, no te va a pasar nada, estás con mamá- le contestó Kim, y se buscaron rápidamente para darse un tierno abrazo que disminuyó la preocupación del niño-. ¿Qué es lo que queréis de nosotros?, contestadme, ¿por qué nos habéis raptado?
De repente, se rompió el silencio, debido a un movimiento extraño de uno de los profesionales que se encontraba delante de ellos y que sacando un arma apuntaba a su niño justo en medio de sus ojos azulados. Entonces les dijo:
-Tened los ojos bien abiertos y escuchad, sobre todo tú, niño despreciable. Cualquiera que abra la boca de nuevo, sobre todo para hacernos ese tipo de preguntas, que se dé por muerto.- Miraba de reojo mientras que de nuevo apuntaba al chiquillo.
Un dolor enorme le pasaba por la cabeza a Kim. Se preguntaba  cómo podía haber traído a su hijo con ella, sin pensar en que lo estaba exponiendo a un riesgo indeterminado. El remordimiento la mataba en esos momentos. El coche se paró bruscamente pegando un enorme, ruidoso y  chirriante frenazo y chocando con otro vehículo. Cogieron a los dos de una manera brusca de sus débiles y frágiles brazos y los llevaron a un edificio moderno. Con un tono muy extraño, de color parecido al beige, el edificio no se había terminado de construir. Tenía grietas muy profundas. Los metieron en una estrecha habitación. Gritaron con todas sus fuerzas para que los oyeran, aunque difícilmente podrían escucharles, ya que tenían un nudo en la garganta que casi les impedía articular palabra, por el terrible miedo que soportaban. Escucharon unos sonidos de voz bastante fuertes de la habitación contigua, procedentes de un hombre, que decía:
-¡Quiero salir ya de aquí, llevo tres años esperando a que me soltéis, quiero ver a mi familia, dejadme salir que yo no tengo lo que necesitáis, por favor…!
En ese momento, Kim sabía de quién se trataba: Era Troy. Se hallaba llena de alegría por tener la oportunidad de volver a verlo; habían pasado ya tres años. Pasó un señor con la cabeza cabizbaja por una puerta que comunicaba con la habitación de la que procedían los gritos, levantó la cabeza y…
-¡Papá!- Gritaba el chico, mientras que le apuntaban a la cabeza y le disparaban con un tono silenciado que impidió que nadie se diera cuenta y, de repente, Kim despertó al escuchar a su hijo.
-Mamá, quiero tostadas para desayunar, y un vaso de leche- le decía el niño, con entusiasmo. Un tierno abrazo, después de haber pronunciado las palabras, recibió de su madre que, tras confirmar que todo había sido un sueño, sintió un gran alivio al pensar que ninguna bala había acabado con la vida de su pequeño; pero también confirmó que su marido seguía aún desaparecido, y nunca sabría el porqué de lo que ocurrió.
Laura Ontiveros, 1º E.S.O. A

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