29 de marzo de
2012.
Querido Ambrosio
Manuel:
Esta noche, tras
innumerables pesadillas y un inimaginable malestar, sonó el despertador. Mis
ojos, aún legañosos, se abrieron cegados por la luz que me entraba por la
ventana. Retiré las sábanas, que me llegaban a la altura del pecho. Rocé mi
pierna con la yema del dedo. Noté algo extraño, pues había más pelo de lo
normal. Pero eso no fue lo único, pues cada uña medía aproximadamente 5
centímetros.
Salí de la cama. Me
apoyé en el alféizar de la ventana, y oteé una extraña mueca en el césped del
porche del vecino. Repté sigilosamente hasta el jardín, humildemente escondido
tras una sábana. Toqué, aterrorizado el extraño objeto que se encontraba en la
hendidura. De repente, todo lo que me rodeaba, comenzó a desaparecer, como
abducido por un agujero negro, convirtiéndose en una cámara repleta de espejos.
Ahí fue cuando
reconocí el extraño ser que ocupaba mi alma. Las piernas eran como patas de
águila, seguidas por unos peludos muslos, cual oso polar. El abdomen estaba
cubierto por un manto verde, repleto de lunares púrpuras que reflejaban
tímidamente la luz. El pecho, repleto de escamas, llegaba hasta los brazos,
esta vez sí, humanos, aunque en las manos, había uñas dignas de navajas de la
Segunda Guerra Mundial. La cabeza, de león, tenía orejas de burro. En la
espalda, un tatuaje con la inscripción ''PeloPicoPata''. Me tumbé en el suelo,
en postura fetal, y comencé a gritar con todas mis ganas.
Cuando abrí los
ojos, me encontraba en la cama, todo sudado, y con 40º de fiebre. ¿Habría sido
una alucinación producida por los delirios febriles o un recuerdo de algún
suceso real?
Un abrazo.
Eulalio José.
César Escribano Flores, 2º E.S.O. A