sábado, 28 de enero de 2012

Una manía incomprensible



Julio Cortázar, autor de Historias de Cronopios y de Famas, en uno de sus aleccionadores fragmentos, “Una manía incomprensible”, nos narra su experiencia frente a la anecdótica fobia de su propia tía a caer de espaldas, e incluso a yacer boca arriba.
Los científicos han definido el miedo como una mera reacción de supervivencia al medio, mas si esto es tan aplicable en el campo animal como en el humano, ¿qué explica entonces la existencia del suicidio?
Es cierto que el número a considerar de lóbulos frontales que caracterizan el cerebro de nuestra especie determina de algún modo toda clase de temores imaginables; una gama vasta y compleja como el infinito en sí.
Padecemos, por tanto, del miedo a la indiferencia, del miedo al fracaso, del miedo a la enfermedad, del miedo a lo desconocido, del miedo por aquellos a los que amamos y hasta nos acontece el miedo al ordinario pavor.
Y sí, es relativamente estrafalario el pensar que un conjunto de conexiones intercelulares sean capaces de provocar en las personas efectos tan inverosímiles, contradictorios y dispares. Pero yo sostengo, sin embargo, que todas nuestras más íntimas inquietudes son fruto de un único progenitor: el miedo al dolor. Nuestra sociedad critica a las nueve personas que al día se arrancan sin miramientos la vida en España, pero es que hay veces en que la única manera de subsistir al sufrimiento, es dejar de existir, abandonarse a la otra cara de la luna.
Es una doble guerra la que el individuo mantiene consigo mismo, incesante, y las retiradas a tiempo siempre son un punto a tomar en cuenta; mejor no sentir nada, a ser una piedra sin alma ni rumbo fijo.
Por ello, esta emoción de la que aquí hablamos es simplemente una forma más de autoprotección, de alerta, de aviso -descontando por supuesto las fobias sin sentido.
La verdad, por ejemplo, es un dolor sano, mas sin mesura puede acabarnos; por eso nos encontramos con corazas e hipocresías que defienden lo que a ojos ajenos se pretende reflejar.
En conclusión, podríamos decir que el hombre vestido de poder es el animal más fuerte de todos, pero con sus miedos al desnudo hasta un ácaro de polvo lo supera.
 
MARINA JIMÉNEZ SALDAÑA (1º Bachillerato)

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