Franz Kafka, en uno de los fragmentos de su célebre Metamorfosis, nos muestra cómo un joven, Gregorio Samsa, se encuentra a la mañana siguiente de haber concebido un sueño intranquilo con que su cuerpo ha pasado de ser el de un humano a ser el de un insecto de dimensiones excepcionales.
En conclusión, podría decirse que el texto en sí abarca toda una metáfora en la que es posible deducir la extrema prontitud de la transición del niño al adulto, de la larva a la mariposa. Y es que todo lo que nos rodea, según mi parecer, reside en una única palabra: CAMBIO.
Según los expertos, la adolescencia es la etapa más conflictiva de la evolución que sigue una persona; los hechos y experiencias de muchos estudios y encuestas así lo constatan. Incluso, la madre del protagonista reproduce la siguiente frase: «Gregorio, ¿no tenías que ir de viaje?», en la que se interpreta que el término “viaje” hace referencia al camino en el que cada uno se hace y se encuentra a sí mismo; camino que para recorrer, es imprescindible alcanzar el último eslabón.
El sueño intranquilo durante el cual se produce la metamorfosis de este joven, no es ni más ni menos que el final de un proceso que nos permite percibir no parcial, sino totalmente, nuestra realidad; captar con suficiente nitidez qué es eso que oímos denominar “vida” desde que nacemos, captar de qué data exactamente de qué va la asignatura de la existencia.
Pero ya decía un famoso poeta de siglos tempranos que “despertar es morir”, y así pues, eso que nosotros tardamos tanto tiempo en encontrar representa para el universo menos que un pestañeo, menos incluso que una milésima de segundo.
Sin embargo, también dicen que somos polvo de estrellas, ¿no es cierto? Por eso a mí me gusta pensar que cada alma que perece, y con ella cada recuerdo hermoso o embriagador, no se pierde en la eternidad del silencio, sino que cede y se funde en un último cambio de tal manera, que nace una estrella más en el firmamento.
En conclusión, podría decirse que el texto en sí abarca toda una metáfora en la que es posible deducir la extrema prontitud de la transición del niño al adulto, de la larva a la mariposa. Y es que todo lo que nos rodea, según mi parecer, reside en una única palabra: CAMBIO.
Según los expertos, la adolescencia es la etapa más conflictiva de la evolución que sigue una persona; los hechos y experiencias de muchos estudios y encuestas así lo constatan. Incluso, la madre del protagonista reproduce la siguiente frase: «Gregorio, ¿no tenías que ir de viaje?», en la que se interpreta que el término “viaje” hace referencia al camino en el que cada uno se hace y se encuentra a sí mismo; camino que para recorrer, es imprescindible alcanzar el último eslabón.
El sueño intranquilo durante el cual se produce la metamorfosis de este joven, no es ni más ni menos que el final de un proceso que nos permite percibir no parcial, sino totalmente, nuestra realidad; captar con suficiente nitidez qué es eso que oímos denominar “vida” desde que nacemos, captar de qué data exactamente de qué va la asignatura de la existencia.
Pero ya decía un famoso poeta de siglos tempranos que “despertar es morir”, y así pues, eso que nosotros tardamos tanto tiempo en encontrar representa para el universo menos que un pestañeo, menos incluso que una milésima de segundo.
Sin embargo, también dicen que somos polvo de estrellas, ¿no es cierto? Por eso a mí me gusta pensar que cada alma que perece, y con ella cada recuerdo hermoso o embriagador, no se pierde en la eternidad del silencio, sino que cede y se funde en un último cambio de tal manera, que nace una estrella más en el firmamento.
MARINA JIMÉNEZ SALDAÑA (1º Bachillerato)