Sí, hemos avanzado, sería ilógico negarlo. Actualmente tenemos algunos más derechos que en un pasado ridículamente reciente, aunque (para todo hay un pero) esos derechos de los que tan orgullos estamos son todavía (ojo, siglo XXI) más que insuficientes. Nos rasgamos las vestiduras elogiando nuestro propio progreso cuando hay mujeres que mueren lapidadas por reclamar sus derechos o, simplemente, por ponerse ropa inadecuada para el sexo, desgraciadamente, aún dominante.
Sin embargo, sí que nos preocupamos por esta clase de aberraciones, incluso ocupan titulares enteros en medios de comunicación, pero la amistad con esos países interesa bastante, así que lo mejor y más fácil es practicar el deporte nacional: mirar hacia otro lado.
También deberíamos plantearnos la educación que inconscientemente se inculca a los más pequeños. Aunque nos parezca lo normal y más seguro, aún se sigue teniendo reparos si una mujer anda sola por la calle; si es un hombre, aunque también existe el riego, nos preocupamos la mitad, o menos. Son comunes frases como: “no vuelvas sola”, o “¿con quién vas a salir?”, en contraposición con la ausencia de preguntas dirigidas a los hombres. Puede que no lo veamos, incluso que se haga con la mejor de las intenciones, pero esta sobreprotección hace insegura y dependiente a la mujer, mientras que da alas a la delincuencia, el machismo y el maltrato.
Somos nosotros los únicos que con la educación en la igualdad desde una temprana edad, una educación sin prejuicios, respetuosa y tolerante, sin inculcar superioridad racial, social o sexista, podremos atajar este problema que acarreamos desde hace milenios de una vez y para siempre.
Sara Díaz Bonilla, 2º Bachillerato (Humanidades)